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Música Festival wagneriano de Bayreuth (y III)

San 'Lohengrin' en los infiernos

En cartel desde 2010, la novedad más destacada de la quinta reposición de Lohengrin es la dirección musical confiada al joven francés Alain Altinoglu. Su debut en el santuario de Wagner es magnífico por la grandeza del concepto y la versátil adaptación a un foso oculto, único en el mundo, que no facilita la escucha recíproca de las familias instrumentales. La unidad de ataque, medida y fraseo depende en exclusiva de la batuta, como también el sonido vocal y coral del escenario, donde llega muy difusa la marea orquestal. Lograr la feliz confluencia de ambos niveles y proyectarla al público con todos sus volúmenes dinámicos y flexiones expresivas es uno de los retos más exigentes para los maestros debutantes. Altinoglu lo resuelve en plenitud y su Lohengrin épico y lírico, caballeresco y psicológico, se ubica entre los mejores.

El coro es fundamental por las muchas y diferenciadas páginas que Wagner le confía. En nuestras incursiones festivaleras pocas veces, quizás ninguna, hemos encontrado en tan categórica buena forma el enorme conjunto que dirige Eberhard Friedrich. Sus saludos desde el escenario despiertan truenos de gritos, palmas y percusiones con los pies que estremecen los suelos de madera. Todos y cada uno de los intérpretes, individuales o colectivos, reciben tributos similares y en ellos se apoya la permanencia de las grandes producciones.

La provocadora escena de Hans Neuenfels, furiosamente abucheada en su estreno, ha alcanzado el punto de asimilación que trueca la protesta en premio. Ha sucedido con anteriores iconoclastias, pero no parecía fácil en este Lohengrin de las cloacas, confinado entre colectores y ejércitos de ratas que hacen sarcasmo del aliento heroico de la obra. Ver en tal entorno al santo y nobilísimo hijo de Parsifal exige un esfuerzo de adaptación mental y una considerable liberalidad crítica, compensada en primer lugar por la música bien hecha. También ayudan el gran estilo de lo que se ofrece a la vista, la ingeniosa indumentaria creada por Reinhard von der Thannen para convertir seres humanos en roedores de subsuelo, y el humor implícito en semejante mutación. Bayreuth persiste en el propósito de desmitificar la poética simbolista de Wagner dentro y fuera de su teatro. El nuevo e interesantísimo museo inaugurado este año en la casa Wahnfried y edificios contiguos incluye referencias gráficas y documentales del nazismo de algunos descendientes del artista, nunca de él mismo, fallecido 50 años antes de las primeras elecciones ganadas por Hitler. El inocultable error histórico es ahora reconocido y asumido de frente.

Un maravilloso elenco vocal completa las bazas. El rol titular tiene en el tenor lírico Klaus Florian Vogt un intérprete excepcional sin necesidad de vocalizaciones heroicas. Junto a él, la soprano Annette Dasch compone una Elsa antológica por sensibilidad y línea de canto. La mezzo Petra Lang desborda con poderosas facultades los escollos de la pagana y ambiciosa Ortrud, mientras que el finlandés Jukka Rasilainen deja en un digno segundo plano a su esposo Telramund. El rey Heinrich y el Heraldo están excelentes en las voces de Schwinhammer y Youn. Todos salen muchas veces a saborear el unánime entusiasmo de la audiencia. Lo merecen.

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