Lo que hemos hecho en el Real Club Náutico de Gran Canaria es un acto de reconocimiento a un olvido imperdonable porque, desde la fundación UD Las Palmas en 1949, nuestro club no volvió a acordarse de este equipo en términos de celebración lúdica o social.
Eso no quiere decir que cuando la UD se convirtió en SAD el club se mantuvo como socio titular de capital. Después ocurrió lo que todo el mundo sabe y esa participación social acabó en nada. Pero eso no quiere decir que el club no mantenga unos vínculos afectivos tras 66 años. Además, participando del sentir general de la sociedad canaria, -el club es un trasunto de la sociedad canaria-, nuestros socios, los hijos de nuestros socios, los nietos de nuestros socios, sienten los colores de la UD como propios, que en última instancia son los mismos que los del club: el azul y el amarillo. Y es un motivo de orgullo y también de responsabilidad. Teníamos el deber de un reconocimiento público al equipo por el esfuerzo por ascender y por haberlo conseguido. No me parecía razonable que no existiera ninguna manifestación social específica y concreta de apoyo, de agradecimiento y de salutación a lo se que había conseguido. Esto se ha conseguido a base de un acto sencillo, muy familiar en la que las familias han logrado que sus hijos pasen un día con la UD, en un sentido muy lúdico y abierto. Hemos firmado balones, hemos firmado camisetas, hemos convertido el ascenso a Primera en un acto de bienestar y de satisfacción social, y ese era el objetivo. Y solo es el principio.
