El desarrollo de Las Palmas de Gran Canaria, su redefinición como urbe con

un perfil comercial singularizado, exigen generosidad y altura de miras para resolver el traslado de la Base Naval, una reivindicación histórica que hoy se perfila con más nitidez que nunca a la luz del crecimiento económico de la capital. La necesidad de arbitrar una solución en la que ganen todos, que salvaguarde las necesidades del Ministerio de Defensa pero que también haga viable la expansión comercial y de ocio de la ciudad, pone de nuevo esta pelota en el tejado de dos administraciones -Ayuntamiento capitalino y Estado- que durante décadas han sido incapaces de sellar un acuerdo

satisfactorio sobre algo que la ciudadanía viene percibiendo como una necesidad.

El Ministerio de Defensa se incautó en 1940 de los terrenos de lo que entonces era un muelle frutero para instalar allí el arsenal. En plena II Guerra Mundial, la delicada y estratégica localización geográfica del Archipiélago, el paso por sus aguas de buques de los países en conflicto y los propios intereses españoles en un panorama internacional tremendamente complejo llevaron al gobierno franquista a adoptar una medida que debía tener carácter reversible en cuanto mudaran las circunstancias. La realidad es que 75 años después la Base Naval sigue emplazada en ese mismo lugar.

La parcela que acoge el arsenal, entonces lejos del principal núcleo de la ciudad, está hoy en medio en uno de los perímetros comerciales y de ocio más importantes de la capital. A pocos metros de la Base Naval se peatonalizan vías y se abren los comercios en noches especiales, con el objeto de estimular el interés de los viandantes por la oferta del área de Mesa y López.

En este contexto, el rezagado emplazamiento naval puede parecer una rémora para las necesidades reales de una ciudad que lucha por rearmarse económicamente tras la travesía del desierto de la crisis. Porque Las Palmas de Gran Canaria apela con nuevas formas y propuestas a sus visitantes: amplía el muelle de cruceros, se apresta a habilitar una pasarela que acerque a los cruceristas a Las Canteras y construye un espectacular acuario en esa misma zona de Santa Catalina. Signos de un cambio de modelo que es ya un hecho y en el que todos estamos comprometidos.

El alcalde Augusto Hidaldo emplaza para después de las elecciones generales el diálogo con Defensa. De poco serviría, arguye, abrir una negociación con quien enfila los meses finales de su mandato. No es el primer regidor que quiere recuperar para la ciudad los terrenos que ocupan las instalaciones militares. Pepa Luzardo, que insistió bastante en esta reivindicación, se encontró con una difícil interlocución por parte del Ministerio que entonces lideraba José Bono. En otros casos, el acercamiento se ha resuelto en apenas una finta, en una esgrima que ha acabado devolviendo una realidad insoslayable: el traslado de la Base Naval tiene un importante coste económico que alguien tendrá que asumir. Hay que localizar el nuevo emplazamiento, asegurarse de su idoneidad y pagar el traslado de las infraestructuras. Si Defensa se enroca y espera que se lo den todo hecho, si el Ayuntamiento capitalino entiende que es al Estado a quien corresponde completar por sí mismo la operación, poco habremos avanzado. Volveremos al lamentable punto en que estas negociaciones siempre se han acabado truncando.

Las necesidades estratégicas de Defensa no son, obviamente, las de 1940, como tampoco lo es la morfología económica de una ciudad que apenas tiene que ver con aquella que acogió el arsenal en los dramáticos tiempos de Hitler y Churchill. Así, el que fuera muelle frutero tiene hoy un nulo interés para la Autoridad Portuaria por su escaso calado, que lo hace inutilizable para las embarcaciones actuales, aunque es un espacio clave para la recuperación de una de las zonas más atractivas de la ciudad, ahora vedada por su carácter militar.

No se debe caer en la fácil tentación de ver la recuperación de los terrenos como un correctivo a las Fuerzas Armadas, ni éstas deben sentirse agraviadas por el traslado. No estamos, y nunca mejor dicho, ante una batalla que deba ganar ni perder nadie, sino ante la adecuación a los tiempos, a sus renovadas necesidades, de la disposición de infraestructuras estratégicas para la capital.

Si esta ciudad se puede ufanar de vivir volcada al exterior, si nuestra vocación es la de abrir puertas a lo foráneo y dejarnos fecundar por ello, debemos tener también la suficiente flexibilidad para adecuarnos a sus mejores disposiciones. Los barcos que hoy se acercan a las Islas no esconden armas de las que debamos recelar, y sí acercan mercancías y visitantes que contribuyen a nuestra riqueza.