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Papel vegetal

El nuevo nacional-populismo

Lo vemos cobrar preocupante virulencia en países como Francia o Hungría, pero también, aunque todavía con carácter minoritario, pero avanzando, en otros lugares de la Unión Europea.

Me refiero a lo que algunos llaman "nacional-populismo", es decir el intento de movilizar a los ciudadanos contra las que éstos perciben como consecuencias negativas de la globalización: pérdida de la soberanía nacional, mayor inseguridad, precarización, recortes de los beneficios sociales, inmigración incontrolada, terrorismo.

Al crecimiento de ese preocupante fenómeno está contribuyendo una política europea, claramente dominada por Alemania, que intenta aplicar a todos sus socios, con independencia de sus circunstancias, un modelo inflexible de austeridad que beneficia al país hegemónico, pero es para los otros una camisa de fuerza que les impide crecer lo que necesitan y sólo aumenta su endeudamiento.

Incapaces de seguir a ese hegemón egoísta y ya sin el instrumento que antes se revelaba tan útil de la depreciación de sus monedas nacionales para competir mejor, los pueblos del Sur de Europa ven con preocupación cómo los esfuerzos a los que se les obliga no dan los resultados esperados y aumentan las diferencias de renta al tiempo que crecen de modo paralelo las tensiones sociales.

Ahí es cuando intervienen los partidos nacional-populistas como el de Marine le Pen en Francia, que acusan entonces a los gobiernos de olvidarse de los intereses nacionales en beneficio sólo de la Europa de las finanzas y los mercados y de facilitar una inmigración que hunde los salarios, pone a prueba los servicios sociales y genera mayor delincuencia.

Esos partidos acusan a la izquierda moderada de haberse plegado a los intereses del mundo financiero y las empresas multinacionales y haberse olvidado en cambio de las preocupaciones de los trabajadores, que eran antes su más fiel electorado.

El problema se agrava en aquellos países con una fuerte inmigración musulmana, consecuencia sobre todo de su pasado colonial, como es Francia, donde los nacional-populistas encuentran en los inmigrantes, el sector de población más vulnerable, una cabeza de turco que les permite desviar la atención de las causas reales de lo que sucede.

Los partidos de esa derecha reaccionaria se presentan entonces como el único baluarte contra todo lo que amenaza a la "gente sencilla": la globalización, el Islam, la disolución de la identidad nacional, el terrorismo.

Algunos historiadores, como el italiano Enzo Traverso, actualmente profesor de la Cornell University (Nueva York) no dudan en calificar a ese fenómeno de "post-fascismo" y explican que el movimiento obrero y el comunismo del pasado han sido sustituidos como blanco de sus ataques por el inmigrante, sobre todo el árabe y musulmán (1).

Al haber desaparecido ya el comunismo y al haber aceptado la socialdemocracia las normas de la gobernanza "neoliberal", argumenta Traverso, "las derechas radicales se han hecho con el práctico monopolio de la crítica del sistema, y ello sin necesidad de mostrarse subversivas".

"Hoy, continúa el historiador, la amenaza bolchevique se ha disipado mientras que los grandes consejos de administración de los grandes grupos industriales, de las multinacionales y los bancos ven sus intereses mucho mejor representados por el Banco Central Europeo, el Fondo Monetario Internacional y la Comisión Europea que por la extrema derecha" como ocurrió cuando el gran capital aupó a Hitler al poder.

El único peligro, y es un peligro real, es que se tense tanto la cuerda que al final se rompa, y se instale en Europa, como sucedió entre los años veinte y treinta en Italia y Alemania, un "estado de inestabilidad generalizada".

Ello podría ocurrir, advierte Traverso, "si nuestras clases políticas se empeñan en seguir su rumbo actual, basado en la ciega aplicación del rigor (presupuestario) y la negativa a caminar hacia la construcción de un Estado federal europeo".

Si llegara a producirse un día la "implosión" de la UE por la ceguera alemana y el seguidismo de los otros gobernantes europeos, el fascismo, aunque adoptase nuevas formas, como ya advirtieron en su día Theodor W. Adorno o Pier Paolo Pasolini, dejaría por desgracia de ser "un simple paréntesis" en la historia europea.

(1) "Espectros del fascismo". Révue du crieur. Ed. Mediapart. La Découverte

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