La Provincia - Diario de Las Palmas

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Sólo será un minuto

¿Por qué?

Martín hubiera dejado la carrera de periodismo si no fuera porque una tarde lluviosa de otoño, martes para más señas, se metió en un cine de sesión continua para intentar supurar el tedio y la decepción. En la pantalla se desplegó un larguísimo título: El año que vivimos peligrosamente. La dirigía Peter Weir y la interpretaban Mel Gibson y Sigourney Weaver, con sus piernas largas como una cuesta de enero.

Transcurría en un país convulso, donde las ansias de libertad chocaban contra la tiranía. El personaje de Gibson intentaba arrojar un poco de luz con sus informaciones a riesgo de su vida. Era un corresponsal de guerra que tenía tiempo para todo: para buscar exclusivas, para reflexionar sobre su profesión, para amar, para odiar, para ser un héroe y al mismo tiempo un villano. Y tenía un Pepito Grillo en Billy, su cameraman y a la vez su conciencia. Que lanza a su jefe y amigo, en quien ve un rastro de inocencia e integridad que le ilusionan, una acusación de abrumadora lucidez: "Abusas de tu condición de periodista y el riesgo empieza a emocionarte. Dibujas cuidadosamente una raya que te separa del mundo. Has convertido tu profesión en una especie de fetiche, imposibilitando toda clase de relaciones duraderas porque crees que pueden entorpecer tu carrera. ¿Por qué no sabes darte? ¿Por qué no sabes amar?".

Salió casi en volandas. Y empezó a tomar con filosofía las miserias universitarias y leyó como un descosido todo lo que cayó en sus manos sobre periodismo real, y tomó muchas copas con los compañeros que, como él, no aprendían nada en clase. Por eso, cuando alguien le pregunta ahora si la universidad le sirvió de algo, siempre responde: de muchísimo. Gracias a su paso por ella descubrió docenas de películas que no hubiera visto si los estudios fueran de provecho, leyó libros en los que encontraba respuestas, no solamente teorías, e hizo amigos para toda la vida. Aprendió a ver. A escuchar. Y aprendió a preguntar ¿por qué?

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