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Cine 'Cuatro fantásticos'

Nada fantástico, nada nuevo

Lo peor que le pasa a Cuatro fantásticos de Josh Trank es el haber tenido otro filme igual rodado en 2005 por Tim Story, con Jessica Alba, Ioan Gruffudd y Chris Evans, que pasó a convertirse en el Capitán América en 2011.

¿De verdad hacía falta contar de nuevo la historia de cuatro jóvenes que adquieren distintos poderes sobrenaturales que cambian su fisonomía con un elenco de actores más bisoños? Por lo que parece ya no hay huelga de guionistas en Hollywood (la última afectó a cerca de 10.500 escritores de cine y televisión), directamente ya no hay guionistas. Es eso o Hollywood se agarra como un clavo ardiendo a los superhéroes de la factoría Marvel para encubrir su falta de ideas nuevas.

Si alguien duda todavía de que existen determinadas fórmulas narrativas y visuales a la hora de confeccionar una película, debería ver y, sobre todo, fijarse detenidamente en Cuatro fantásticos, un título al cual se le pueden reprochar muchas cosas pero la falta de transparencia (tan mentada en estos tiempos) no es una de ellas, ya que revela casi plano a plano todas las costuras de su confección; evidentemente, su condición de producto industrial no es una virtud, pero impide como mínimo el irritarse con él. Lo cual es bueno para evitar ataques al corazón.

La fórmula empleada por Trank en Cuatro fantásticos consiste, a grandes rasgos, en poner al día, es decir, actualizar al tercer trimestre de 2015, las aventuras del primer equipo de superhéroes creado por el escritor Stan Lee y el dibujante Jack Kirby.

Como dijo William Ospina, vivimos en una época en que a toda prisa cambia costumbres por modas, conocimiento por información, a tal punto que las cosas ya no existen para ser sabidas sino para ser consumidas. Con semejante premisa, el guión escrito para la ocasión por Simon Kinberg y Jeremy Slater está plagado de arbitrariedades y equívocos narrativos, pero tiene, al menos, el pudor de no forzar una continuación de la historia. Las posibilidades de sostener una nueva serie es casi imposible.

Ninguna novedad aportan, en cambio, ni las situaciones (previsibles una a una) ni los propios efectos especiales que pretenden impactar más por acumulación que por originalidad. De ahí que al final el marco fantástico acabe importando poco.

Trank, de quien en 2012 vimos su opera prima Chronicle, sobre tres amigos de Seattle que se ven expuestos a una misteriosa sustancia en un bosque y, como resultado, empiezan a desarrollar poderes increíbles como mover objetos e incluso volar, dirige en esta ocasión sin demasiado criterio y sin un tono unitario, hasta el punto de que algunas escenas coquetean peligrosamente con éxitos juveniles de los años 80 como, por ejemplo, Los Gonnies de Richard Donner.

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