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Afinando el trino

En primer lugar, la UD pudo haber empatado. Y en segundo lugar, fue tan bueno como el tercero de la Liga. Su prestancia en el campo y la elegancia que hereda de épocas en las que avanzó con fuerza en la fabricación de una estética propia del fútbol recordaron los mejores tiempos de la historia del equipo canario.

Es cierto que la tónica no fue alta, por parte de ninguno de los dos equipos; pero es verdad que la UD apareció afinando el trino, ocupándose de lo grande y cuidando lo no importante, para que no se le fuera de las manos un encuentro que se presumía fácil para los madrileños del Manzanares.

No empató porque Dios es grande, o porque Oblak es grande; pero ese fue el resultado que revoloteó al final del partido, precisamente desde este momento en que no se produjo el gol milagroso de la noche.

No hubo en ningún momento dejación de funciones, olvido de la estética grancanaria; ese color amarillo vivo que lució anoche el equipo tuvo la virtud de marcar más sombra que el rojiblanco de los pájaros atléticos; a los pájaros se los distingue no tanto por la viveza variada de sus colores, sino por la definición de un color solo.

Hizo bien la Unión Deportiva Las Palmas en hacer explícito su color de fondo; para completar esa presentación en la sociedad de la Primera División, la UD tendría que haber exhibido a Valerón, que es su emblema. Es cierto que el gran veterano no está ya para todos los trotes. Pero como los aficionados al fútbol creemos en las supersticiones, tengo esa certeza de la pasión: con el concurso de Valerón hubiéramos tenido, además del amarillo, un talismán muy especial.

Tiene un valor suplementario este empate virtual que por desgracia no subió al marcador: la peligrosidad amarilla es una buena tarjeta de presentación para explicar fuera de las islas que la UD no está sólo en Primera División: es que su juego es de Primera División. Al menos, está afinando el trino para que se sepa.

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