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Crónicas galantes

La nueva inquisición de siempre

Cierto festival de Valencia acaba de apear de su cartel a un músico judío por la notable razón de que es judío. A esa sospechosa condición, el norteamericano Matthew Paul Miller unía la de utilizar el nombre artístico de Matisyahu, palabra de resonancias algo diabólicas que probablemente ayude a explicar el exorcismo que se le ha practicado.

Los organizadores de la función le habían exigido a Miller que hiciese unas prédicas sobre el conflicto entre árabes e israelíes para comprobar si sus ideas se ajustaban a las del certamen. Cuando el artista se negó a pasar la prueba -tan parecida a las de limpieza de sangre-, fue reputado inmediatamente de sionista y sometido a la purga del festival.

En vano alegó Miller que a ningún otro miembro del elenco se le había requerido, como a él, un pronunciamiento sobre sus ideas geopolíticas. Ingenuamente, el cantante creía estar participando en un evento musical donde, por lo común, no se le suele preguntar a nadie por su raza, su religión o su ideología. Salvo que sea judío, como es natural.

Por fortuna para Miller, la Inquisición ha sido abolida -técnicamente, al menos- en España, lo que acaso le haya ahorrado los tormentos de la hoguera tan habituales en otros tiempos. En esto, España ha cambiado un montón. Ya no se utiliza el término judío a modo de insulto para infamar a los hebreos, sino el mucho más moderno calificativo de sionista empleado por los censores de Valencia.

El origen de este cambio lo explicó en su día Martín Luther King, que algo sabía de odios raciales por su condición de negro en América. Recordaba King que, después de lo de Hitler, pasaron a estar muy mal vistas las expresiones de ojeriza a los judíos, de manera que los antisemitas tuvieron que buscar formas más aceptables de decir lo mismo. "Ahora el antisemita ya no odia a los judíos", resumía el tenaz luchador contra el racismo. "Ahora sólo es antisionista".

Quizá sorprenda un poco que la purga del judío -perdón: del sionista- en el festival de Valencia haya sido apoyada por un portavoz de Compromís, coalición que se declara nacionalista, ecologista y de izquierda. Más que nada, porque el sionismo fue en realidad uno de los tantos movimientos nacionalistas surgidos a finales del siglo XIX. Si a eso se le añade el papel crucial desempeñado por las comunas agrícolas socialistas (los kibbutzim) en la construcción del Estado de Israel, bien podría decirse que el sionismo reúne la doble condición de movimiento nacionalista y, en sus orígenes, de izquierda, que reclama para sí Compromís.

No lo ha entendido así su portavoz, al que no le parecen "normales" ni por tanto aceptables las ideas que al respecto pudiera tener un cantante como el purgado Matisyahu, que ni siquiera cuenta con la nacionalidad israelí. También pudiera ocurrir que no se tratase de eso. Simplemente, las izquierdas más extremadas de Europa coinciden con la extrema derecha en una judeofobia que apenas consiguen disfrazar -como sugería Martín Luther King- sustituyendo el término "judío" por el de "sionista".

Lo enojoso de este último lance de Valencia, tan habitual por otra parte, es que haya sucedido en la España que por ahí afuera identifican aún con Torquemada. No extrañará, por tanto, que en los titulares de la prensa extranjera se hable ya del regreso de la Spanish Inquisition. Como si se hubiera ido alguna vez.

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