La Provincia - Diario de Las Palmas

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Mirador de sombras

Vauvenargues

Vauvenargues es el menos conocido en España de los grandes moralistas franceses, aunque un crítico tan clásico (y tan campanudo) como Brunetière, le sitúa al lado de La Rochefoucauld, La Bruyère, Duclos, Rivarol, Chamfort y Joubert, y aunque el crítico cita también a Stendhal, no veo yo al autor de La Cartuja de Parma como aforista (por magnificar, los franceses llaman a los aforistas y epigramistas "moralistas"). Vauvenargues disfrutó entre nosotros de un efímero reconocimiento en la época, no tan lejana, en que la obra de Ernst Jünger era sobrevalorada aquí, como antes lo había sido la del cosmopolita porteño y producía semejante entusiasmo entre los snobs de izquierda por exacerbación del esnobismo y entre los snobs de derechas por tener a alguien a quien mencionar. Como entre los muchos autores citados por Jünger figuraban Vauvenargues y Clausewitz, los entusiastas se apresuraron a buscar sus obras, decepcionándose mucho un conocido mío al descubrir que el autor de De la guerra era un tratadista militar. Y enseguida pasó como con las pipas, en aquella época en la que a alguien se le ocurría afirmar que el tabaco de pipa era menos nocivo y todo el mundo se proveía no solo de pipas, sino de escobillas, desatascadores, etcétera. Vauvenargues funcionó entonces como una especie de desatascador de la pipa Jünger, y olvidados Jünger y las bondades del tabaco de pipa, Vauvenargues, las pipas, los desatascadores y el tabaco holandés fueron olvidados en algún cajón. Fue lástima, porque algún snob tal vez hubiera obtenido más provecho de la lectura de Vauvenargues que de Jünger. Así tenemos que el único que se tomó en serio a Vauvenargues y a otros aforistas en este reino fue Cristóbal Serra, a quien se debe una descripción muy brillante del aforismo: "La poesía puede ofrecerse líquida en verso y sólida en aforismo".

Vauvenargues nació en Aix-en-Provence el 6 de agosto de 1715. Entre sus antepasados hubo un andaluz y fue militar. Durante la guerra de Sucesión polaca contrajo una enfermedad pulmonar que le llevó a la tumba muy joven, en 1745. No obstante, tenía sabiduría de viejo, cuando escribió, con luminoso optimismo, que no se envejece mientras se cree que lo bueno está aún por llegar. También percibió, sin conocerlo por experiencia, el lado agrio de la vejez: "La avaricia anuncia el declive de la edad y la huida precipitada de los placeres". Una de sus máximas más famosas es: "Cabe esperarlo todo y temerlo todo del tiempo y de los hombres". Como hombre realista, era antiroussoniano sin haber conocido al nefasto ginebrino: "Proclamar igualmente lo bueno de todo el mundo es pequeña y mala política". Y habla su experiencia cuando afirma que "las enfermedades interrumpen nuestras virtudes y nuestros vicios". Algún político actual debiera aplicarse otra máxima suya: "La moderación de los pusilánimes es mediocridad".

Se le considera un discípulo de Pascal: menos piadoso, y más apasionado. Según Sainte-Beuve en él confluyen la serenidad del pensamiento, la pureza de la lengua y la integridad moral.

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