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El análisis

Pacto educativo

Como cada año, y llevamos tres décadas así, los debates sobre el estado del sistema educativo se reproducen. En este caso, han sido las recientes declaraciones del flamante ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, a las que se añade el boicot de las autonomías no gobernadas por el PP al desarrollo de la Lomce, una ley que nació sin el suficiente consenso. Sin embargo, ahora tanto como antes, lo necesario es la amplitud de miras y buscar un pacto por la educación que elimine del horizonte la provisionalidad en la que se ha venido moviendo el sector. Pero, para ello, para que de una vez por todas reine el sentido común, es igualmente necesario reconocer ciertos errores que han actuado como lastres en el progreso de la realidad educativa. Son puntos no sujetos a discusión porque devienen históricamente contrastables, lo que no evita la presencia del sectarismo ideológico, que, por su parte, anula el juicio de muchos de los que pretenden animar el debate nacional.

Esos errores se detectan en la creciente desorientación de la enseñanza y provocan un desconcierto mayúsculo entre los principales actores del modelo educativo, sean profesores, alumnos o progenitores. Sin más rodeos, estas son las zonas de oscuridad en la educación española: en primer lugar, el país ha sufrido siete leyes en el ramo durante las últimas cuatro décadas, pero ni una de ellas ha conseguido los propósitos definidos en sus ideales. Tan cierto es esto como que los cuerpos legislativos provenían de la izquierda, máxime al impedirse que los desarrollados por la derecha entraran en vigor o, como en la actual ley, se desobedezca explícitamente su puesta en práctica. Es decir, el primer error, quizá el más importante desde el punto de vista político, es ignorar la responsabilidad absoluta de la izquierda en el fracaso educativo en España. Discutir al respecto es como discutir sobre el sexo de los ángeles o el blanco del caballo de Santiago, que como todos saben reluce por su blancura.

Los dos errores siguientes se alinean en la exacerbación de los valores que prestan fundamento al izquierdismo utópico y totalitario: la confusión entre la igualdad como derecho y la igualdad en los rendimientos, la negación de la legitimidad de las diferencias por mérito y talento y la supresión del esfuerzo individual como medio de progreso académico, curiosamente uno de los mejores indicadores del ascenso en la escala social. Al contrario, esa pérdida objetiva condujo al auge de la sobreprotección de los menores, evadiendo a éstos de cualquier esfera de responsabilidad, ni tan siquiera la moral, hasta llegar al punto en que hoy se encuentra el panorama educativo. Las encuestas, internacionales o patrias, siguen mostrando niveles intolerables de jóvenes que ni estudian ni trabajan, que es la traslación palpable de esa "culpable minoría de edad", que diría Kant.

El cuarto error es el uso partidista de la pedagogía para amparar los argumentos ideológicos en la trama del proceso de enseñanza y promocionar las conductas coherentes con el ideario izquierdista en el ámbito estrictamente profesional. A tal extremo se llegó en esta dinámica que los expertos hispanos en demoscopia etiquetaban al profesorado en conjunto como tendente a posturas progresistas o abiertamente socialistas. De este modo, fructificaron los movimientos de renovación pedagógica, en la misma medida que el sectarismo ideológico penetró en las Ciencias de la Educación, algo que ya nadie pone en duda, salvo los protagonistas del desafuero. Finalmente, la quinta lacra: la eliminación de cualquier figura de autoridad en el sistema, habida cuenta que todos los anteriores culminaban en este punto, tan necesario para igualar a los intervinientes en el juego educativo, porque, a partir de ese momento, sería eso y nada más que eso, un juego. Por el camino, responsabilidad, justicia y conocimiento se sustituyeron por paternalismo, igualitarismo e ignorancia.

Los verdaderos artífices del cambio educativo serán aquellos que, reconocidos los errores, no persistan en ellos; los que sepan evadirse de las anteojeras ideológicas y sometan el juicio a la razón y al sentido común. Sólo alcanzado este estado de racionalidad práctica, se podrá llegar a un pacto educativo y, seguidamente, buscar el consenso entre las partes. Por la mía, y la de muchos que así lo sienten, hay ciertos elementos innegociables, cual esencias intemporales, que nutren de sentido la tarea de la enseñanza y que paso a enunciar: 1º) educar es ceder progresivamente responsabilidades al individuo, 2º) hacerle moralmente protagonista de su aprendizaje, 3º) orientarle con la debida autoridad y que la reconozca como tal, 4º) transmitirle los conocimientos necesarios para su progreso académico y exigirle la inequívoca prueba de su conquista intelectual y, en esa dirección, 5º) propiciar la comprensión del mérito y el esfuerzo como únicos medios legítimos para la consecución de sus ambiciones personales. En definitiva, educar es hacer que los individuos se conviertan en personas libres, justas y responsables de sus actos.

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