La Provincia - Diario de Las Palmas

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Tropezones

Reflexiones viajeras (IV)

Florencia: con demasiada frecuencia las visitas obligadas de algunos destinos turísticos nos ofrecen obras de tipo funerario, ya sea un palacio de purísimo mármol blanco dedicado a la amada difunta, como el Taj Mahal, o una inmensa pirámide a guisa de apabullante panteón para un faraón, como la de Keops.

Por ello resulta tan refrescante sumergirse en Florencia, el coto privado del linaje de los Médici, para constatar que salvo alguna excepción lógica (como San Lorenzo, la capilla de la familia, con su correspondiente cripta), las obras contratadas por la dinastía de los grandes duques de Toscana constituyen un verdadero canto a la belleza y al disfrute de la vida.

Me detendré en un solo ejemplo. Tuve el privilegio de alojarme en uno de los hoteles que bordean el Arno, con vistas al río y al Ponte Vecchio, que lo cruza un poco más arriba. Me dieron una de las habitaciones en las plantas superiores, pues las de los niveles inferiores a la tercera planta tenían la vista parcialmente obstruida por un extraño pasaje elevado de piedra que discurría a lo largo de toda la fachada. Al inquirir sobre el origen de tan extraño viaducto me explicaron que era el famoso "corredor vasariano" mandado a construir por Cósimo de Médici en 1565, para unir su lugar de trabajo, el Palazzo Vecchio, con su domicilio particular, otro palazzo, faltaría más, expropiado en su día como castigo por alta traición a la familia de banqueros Pitti. Por si fuera poco, dicho pasillo cubierto recorría una distancia de 1.200 pasos, montándose sobre el Ponte Vecchio, para llegar hasta los jardines del Palazzo Pitti. Realmente alucinante; pero el ingenioso Cósimo, no satisfecho con gobernar desde un palacio de las mil y una noches de donde sólo tenía que asomarse a la ventana para disfrutar del espectáculo del gigantesco David de Michelangelo en la plaza de la Signoría, va y se le ocurre construirse un "finger" de más de un kilómetro para desplazarse del trabajo a su domicilio sin tener que rozarse con la plebe. Para mayor regodeo, a lo largo de dicha galería, que arrancaba de las oficinas (los famosos Uffizzi), destacaban las obras de los grandes artistas de la época. Ojo que estamos hablando de creadores del prestigio de un Giorgio Vasari o un Benvenuto Cellini. Y no contento con eso, al percibir el tufo a carnicería y embutidos de los puestos del Ponte Vecchio bajo sus pies, los hizo desahuciar, para ser sustituidos por casetas de gremios menos apestosos, como el de los orfebres, cuyas tiendas han pervivido hasta nuestros días. Y como el pasaje discurría pegado a la iglesia de Santa Felicitá, aprovechó para que le construyeran un ventanal con baranda que diera al interior de la nave principal, seguramente para no ser menos que el emperador Carlos V, que en su retiro al monasterio de Yuste unos años antes, había mandado abrir un balcón desde su aposento, asomado al altar de la iglesia, para poder asistir a los santos oficios sin abandonar su lecho.

Yo no sé Uds. pero yo no puedo menos que descubrirme ante la inventiva hedonista del gran duque de la Toscana D. Cósimo I de Médici.

¡Chapeau Don Cosme, Ud. sí que sabe!

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