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Opinión

Fiesta y paisaje

La Isla, en todas las direcciones de la rosa de los vientos, es una explosión festiva que muestra sus ricas vertientes culturales, que abarcan desde el fervor devocional hasta la expresión lúdica, con tradiciones de ramas y bajadas enriquecidas con innovadores conciertos que aglutinan a la gente en arrebatos de liberación colectiva.

Cada fiesta tiene un espacio propio que en cierto modo singulariza su popularidad. Las Canteras es el marco de la mágica noche de San Juan. La Plaza de Teror acoge la canariedad más plural y entrañable. La blanca Villa de Agaete se convierte en río de rama verde y la hondonada de los callaos en el borde de la playa transforman El Charco aldeano en multitudinario remolino etnográfico. Y en nuestra Artenara encumbrada y agreste, La Cuevita convoca al folclore y al ciclismo isleño en homenaje patronal en el mismo borde de las nubes y pinares de Gran Canaria.

En el pregón de esta fiesta cumbrera pronunciado por el escritor y periodista Ignacio Quintana Marrero a comienzos de la década de 1970, recordaba que un hombre de Artenara, de cuya vara de alcalde se guardaba una feliz memoria, solía decir a los visitantes de su pueblo que aquel era el municipio más pequeño de la Isla pero el que estaba más cerca del cielo porque su plaza, ahora en fiestas agosteñas, se hallaba a 1.269 metros de altura. Y el mismo pregonero definió a la humilde Artenara como "ciudad del paisaje". Y no es una hipérbole ocasional, ya que las profundas hondonadas de sus barrancos y las enhiestas crestas de roques y pinares, que comparte con la belleza de la inmediata Tejeda, y las grandes perspectivas sobre el mar y el Teide lo atestiguan.

Las personas somos seres de paisaje. El paisaje nos envuelve a todos ya que nadie escapa al vínculo afectivo y sentimental con el entorno en el que se desarrolla su vivir. Es un espacio que bascula entre la percepción individual ("un estado del alma", decía Azorín) y la pertenencia a la contemplación colectiva. Nuestro ser, con todas sus sensaciones, se proyecta en ese mundo crudo que nos ofrece la naturaleza.

Sin embargo, la alusión a estos paisajes "festivos y afectivos" no debe enmascarar una realidad lacerante en nuestra Isla. El espacio físico ha estado sometido a lo largo de la historia, sobre todo en las últimas décadas, a múltiples transformaciones marcadas por el uso, abuso y aprovechamiento económico por parte del hombre, por lo que la bendita naturaleza ha queda malamente antropizada. Y es en la diversa actuación humana sobre el escenario que habitamos donde se han originado los desequilibrios y problemas de nuestra relación con el entorno.

Sobre esta dimensión específica, y con el título El paisaje en Gran Canaria: visión crítica y propuestas de mejora, dentro del programa cultural de las fiestas de Artenara, se acaba de celebrar un debate protagonizado por ADAPA (Asociación para la defensa del árbol y del paisaje), que nos ha llevado a una amplia reflexión compartida con casi un centenar de asistentes. Es la primera acción que de manera itinerante por pueblos y ámbitos culturales y vecinales de la Isla, proyecta llevar a cabo este colectivo de reciente creación, que ya cuenta con más de dos centenares de asociados

En el debate de Artenara participaron Rafael Molina Petit, en representación de ADAPA; el arquitecto y profesor de la ULPGC, José Miguel Rodríguez Guerra; el escultor y artista Manolo González, y el cronista local, autor de estas líneas de urgencia. La inicial proyección de unas impactantes imágenes sobre el estado en que se halla el paisaje de nuestra Isla (escombros, casas derruidas, plásticos de invernaderos...), como visión primera que se encuentra el visitante, sirvieron de marco a diversas aportaciones que propiciaron conclusiones del siguiente calado: vallas publicitarias ilegales en márgenes de autovías; palmerales resecos en carretera del Sur; la visión del legislador es diferente a la del usuario del espacio; en un mismo municipio es distinta la permisividad en el casco histórico que en barrios de la periferia; la protección en las cumbres es un corsé frente a las zonas costeras; la autoconstrucción y el modelo de casas cajoneras han significado una ofensa y una grosería con el medio; la falta de recursos económicos y el abandono de fincas limita la mejora del paisaje agrario y etnográfico (arreglo de paredes de piedra seca en bancales, mejora de antiguas casas rurales, limpieza de barrancos...); funcionarios con alto grado de decisión en órganos públicos no conocen ni han pisado (sic) la realidad sobre la que adoptan medidas prohibitivas; diferenciación entre islas motivadas por diferentes actuaciones de la administración; falta de compensación económica por el uso del territorio como ámbito público.

El debate sobre la defensa del árbol y el paisaje siempre está abierto y es una constante en todas las culturas. En todo caso, pasa por la progresiva concienciación ciudadana y la coherencia y responsabilidad de las administraciones públicas. En este sentido, no habría que obviar la primera encíclica del papa Francisco que, como uno de los líderes espirituales de nuestro mundo, no ha dudado en plantear en su Laudato si', sobre el cuidado de la casa común (2015) unas contundentes reflexiones que constituyen una llamada al compromiso moral con nuestro entorno.

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