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Crónicas galantes

Bajan los precios, por desgracia

Tras un par de meses de esperanzadoras subidas, los precios han vuelto a bajar en España un 0,5 por ciento. Informa de tal desgracia, con la natural consternación, el Instituto Nacional de Estadística, que no ha dudado en culpar de este desarreglo a las últimas rebajas en el importe de la gasolina. Y al de la electricidad, aunque de esto último no se haya enterado casi nadie.

La noticia, que en otros tiempos hubiera sido motivo de júbilo, está siendo difundida con tono melancólico por los medios y por el propio Gobierno. Todo el mundo hace notar que volvemos a "cifras negativas", como si lo positivo fuera que subiesen los precios. Más que nunca, la economía es en casos como este una ciencia enigmática y contradictoria.

Puede entenderse que el Gobierno reciba con desagrado una mejora de los precios para el consumidor, si se tiene en cuenta su habitual tendencia al sadismo. Desde que llegaron al poder, Rajoy y sus ministros de Economía y Hacienda no paran de complacerse en rebajar sueldos, endurecer el cobro de pensiones, amputar derechos laborales y todo por ahí. Dicen que tales sacrificios se nos han impuesto por nuestro bien y bajo el alto objetivo de salir de la crisis, aunque la sonrisa del ministro Montoro haga pensar a algunos que en realidad el Gobierno disfruta con esos azotes al personal.

Ya se entiende menos que la rebaja del IPC -y mayormente, de la gasolina- sea recibida con indiferencia, cuando no con enfado, por aquellos a quienes en teoría beneficia el más asequible coste de la vida. Será que la crisis nos ha vuelto un poco lelos, aunque todo pudiera tener su explicación.

La que dan los economistas expertos en estos misterios es que una caída constante de los precios, como la que se está produciendo en España, sería aún más nociva que la inflación para las finanzas del país. Sostienen tales cenizos que cuanto más baje el importe de las mercancías y servicios, más se retraerán los compradores, en la esperanza de que los precios sigan bajando durante los meses por venir.

Deflación es el tremendo palabro con el que los especialistas en finanzas definen a las consecuencias de esa actitud del consumidor. Como en un cuento de la lechera contado del revés, la retracción de los compradores perjudicaría al comercio; las pérdidas de los comerciantes afectarían a las fábricas; y si las fábricas cerrasen, aumentaría exponencialmente el número de desempleados. Los parados, a su vez, no tendrían dinero para comprar, con lo que se cierra el círculo vicioso de la pescadilla que se muerde la cola.

Algo no cuadra en este caso, por fortuna. Lo cierto es que a pesar de las frecuentes bajadas de precios sobre las que informa con pesar el INE, los españoles se han lanzado a comprar con un frenesí que no se recordaba desde el comienzo de la crisis. Lógicamente, la alegría en el consumo ha hecho crecer el Producto Interior Bruto hasta niveles anteriores a la recesión, con sus secuelas de mayor inversión, aumento del empleo y resurrección de la industria que tan fané y descangayada estaba.

Si a todo ello se agrega la rebaja de precios, el panorama no puede ser más idílico, salvo -claro está- para los millones de desempleados que todavía no ven motivos de felicidad en tanta maravilla. Quizá sea esta última la razón por la que ni siquiera el Gobierno se alegra de que baje la gasolina. Qué raros somos.

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