El amigo Blossom es un robot maravilloso y valga la redundancia. Lo tiene el New York Times. Rastrea las redes sociales y selecciona qué noticias de la web del diario deben correr por esos canales infinitos. Vamos, que tiene más información y la procesa mejor que los humanos -una sorpresa menor, por cierto-, así que en el siguiente paso, que supongo ya se ha dado aunque no se indique, dictará a los periodistas lo que tienen que hacer. Ni el plumilla con el mejor olfato puede llegar a la sagacidad de Blossom.
Y que no se alegue el mitema de la intuición porque a saber cuál es la naturaleza de tal señora. Obviamente las cúpulas de los medios desaparecerán de un plumazo porque a ver quién le lleva la contraria a un aparato que procesa en un segundo más información que el mejor mandarín en cuarenta años y además sin pasiones, presiones o seducciones ya que no cabe invitarlo a comer para ablandar posturas o el socorrido regalito -regalazo, tal vez- de Navidad que puede llegar a ser altamente convincente. Blossom cabalga sobre la penúltima novedad en la esfera mediática que, se puede decir sin exageración, cada semana presenta novedades notables.
Me refiero a una aplicación que ya anda por ahí y que borra los anuncios en las webs y similares. Así que cuando todo el mundo aún está saltando del barco vegetal al buque digital resulta que la meta anhelada se hunde súbitamente porque sin inserciones hay que replantearse absolutamente todo. Bueno, ni cito esos programas que redactan ellos solitos los artículos porque no quiero pasarme de sarcástico. Total. Nada de lo visto hasta ahora es útil. Dicho de otra manera, el mundo de las verdaderas oportunidades acaba de empezar. Albricias.
