Por un momento pensé que estaban en La Gomera. Como a ella le fascina la isla y se conoce los senderos de El Cedro y Garajonay€ Y me dije: qué poco ha tardado en entrar en las elecciones españolas. Pero luego vi un lago, Merkel y Rajoy en Huwenow, así se llama, la visita -ya saben- del presidente español a la canciller alemana esta semana. Hansel y Gretel. La idea, con todo, no variaba un ápice. Y la cadena imaginaria se hizo inevitable. Pronto vendrán otras fotos parecidas a la actualidad española, la de Pedro Sánchez con Hollande y Renzi, más que probable, la de Iglesias con Tsipras, por ejemplo, hasta el victorioso Cameron quizás haga más de un gesto; en fin, los líderes europeos van a estar activos y expectantes en la campaña electoral española de diciembre€ Tiene toda la pinta, y todo el sentido: las próximos comicios van a ser los más internacionales de la democracia española, incluida las de la victoria socialista de 1982. ¿Por qué? Por el grado de repercusión foránea: la batalla política europea -una de las decisivas de esta guerra dura que se llama ´Europa después de la crisis´- se va a librar en España a partir de diciembre. No en Grecia meses atrás. Grecia fue un plato fácil, decepcionante para los idealistas€ Ésta es la primera contorsión para las urnas hispanas. Luego hay otra, clave, que viene de la caída del Muro. ¿Qué está en juego? ¿Y porqué está en juego en España?

Hace seis meses, apenas febrero o marzo, la foto de la política europea era la de un atractivo y brillante ministro griego de finanzas en moto, un personaje un tanto de El halcón maltés. La biografía de Yanis Varoufakis parecía acompañar en cierto modo la altura del reto fijado: economista formado en universidades anglosajonas, con obra teórica facturable, vuelto a la política griega en las filas de la izquierda alternativa y dispuesto a plantarle cara a los organismos multilaterales en la batalla por la deuda helena. La estrategia se planteó bien, o todo lo bien que cabría por parte de un país ahogado, sin liquidez para el funcionamiento ordinario a semanas por sus medios. Hasta el coste de la invasión nazi fue aireado. Ni faltó, al otro lado de la cuerda, el momento chic: las fotos del ministro y su mujer, muy guapa, en la terraza de su ático con vistas al Partenón: una pareja más que para el Hola! de hoy, para el Paris Match de hace décadas. Los partenaires en el desayuno era una imagen que habría encajado en el imaginario del establishment de los 70 como lo esperado de un político centrista de familia bien. Y lo paradójico es que justamente de eso se trataba: de que los sacrificios aceptados por el gobierno de Tsipras a cambio de la liquidez para no caer en la bancarrota eran altos. Sólo que con una línea roja que Atenas no querían traspasar: no impedir el crecimiento.

El coste de la fratura social

Pero no salió. Varoufakis fue forzado y al final dimitió. Las instituciones multilaterales se pasaron por la piedra a Grecia. Una Grecia incumplidora, evasora fiscal, nadie paga nada, con gremios profesionales intolerables, que miente sobre sus cuentas al resto de socios europeos desde que entró en la entonces CEE, aunque no con el gobierno actual: todo lo que se quiera en favor del machaque, pero un machaque que fulmina a la mayoría social. Era lo fácil. Aceptabas hilo por pabilo las exigencias draconianas impuestas o te hundías. Estaba claro: había que aprovechar ese desequilibrio de fuerzas y hacer prevalecer un enfoque de la crisis -la Europa liberal- en un país que había hecho sucumbir al sistema corporativo de partidos y acariciar a muchos antiguas ensoñaciones revolucionarias.

¿Por que tales ensoñaciones? Porque el ideal europeo de una sociedad de clases medias -una realidad durante décadas- se quebró en Europa en 2008. Esto ya venía de atrás, de la caída del Muro de Berlín, cuando el capitalismo se quedó sin el freno exterior que lo regulaba. Y se descompensó. De este modo, como explicó hace años un magnífico profesor, siguió asignando muy bien los recursos -en esto no tiene rival- pero muy mal las rentas, que es lo que corregía el viejo Estado del Bienestar. Así que el saldo hoy es la fractura social. Y un nuboso riesgo desestabilizador. Eso no podía soslayarse en Grecia.

Lo que está en juego

¿Qué está en juego ahora? El modelo de ´Europa después de la crisis´. No es fácil. Hay dos perspectivas, que son las de siempre, pero distintas en cada momento por razones de contexto, de modo que esto es un debate político: Está la perspectiva liberal, que ha logrado tras la caída del Muro incluso estatuto legal: la muerte del setor público europeo es ley. Y considera -legítimamente- que cuando el dinero anda por libre la economía se mueve, crea riqueza y crea empleo y la propia circulación económica distribuye mejor que nadie las rentas sin mediación de un Estado costoso y latrante para la iniciativa y energía individual. Y está, por el contrario, una perspectiva abandonada por el centro-derecha y sostenida en el papel por un centro-izquierda mimetizado en lo económico, que es el Estado del Bienestar, un invento que fue llevado a la práctica por los cristiano-demócratas europeos tras la II Guerra Mundial por miedo al comunismo. Había que dar algo al factor trabajo. Bien, pues ese Estado social descree, por contra, de la capacidad de su mercado para distribuir la riqueza, le asigna otras virtudes, no ésa, e interviene para hacerlo al entender que la desigualdad social, además de injusta, frena la economía. No hace falta más dinero, eso es mito: sólo organizar de otra manera el flujo de capitales.

Y está, luego, un tercero modelo, que impugna a los dos anteriores y sostiene una parte de la nueva izquierda europea que ha tocado o va a tocar poder en breve, aunque espero que en minoría dentro de sus partidos : el que dice que las clases medias eran el problema y no la solución, porque adormecían a una mayoría social hoy hundida en la crisis y dispuesta a ir a por un sociedad igualitaria. La ensoñación revolucionaria. Sin embargo, no se trata de hacer la revolución.

El asunto es demasiado serio para dejarlo en manos de los idealismos. Los ideales deprimen, porque después viene... lo que viene. Lo recalca Slavoj Zizek, el más londinense de los filósofos continentales y talismán de esta nueva izquierda. A él no le interesa la revolución sino lo que viene después, "cuando se van los periodistas", dice, cuando el momento epifánico languidece y hay que organizar la administración de las cosas, hacer una economía con la necesidad y la satisfacción. ¿Por qué lo dice Zizek? Por que es consciente de algo que el siglo XX enseñó a golpe de drama: que ni la toma de conciencia ni el acto de voluntad son suficientes para lo emancipatorio. No existe la emancipación, como tal, de una vez, existen las conquistas sociales, civiles, hay retrocesos, y está la condición humana... A estas alturas pensar en un gran momento de corte es sencillamente un delirio ilustrado. En 1968, en pleno Mayo francés, Lacan desafió a los estudiantes desde las aulas de Vincennes: "Son unos histéricos y están buscando un nuevo amo. Lo tendrán". Y lo tuvieron: El amo "permisivo" posmoderno, que aumenta su control sobre la gente al ser menos visible".

Tres modelos

Y ¿por qué está en juego en España la pugna entre estos tres modelos europeos? Porque en España ha llovido de forma distinta. España, gracias al Partido Popular, no requirió ser rescatada: dentro de su esquema los conservadores hicieron lo que les pidieron para evitarlo. Los bancos no necesitan dinero, el turismo va bien, el país es mucho más desigual y precario (espero por los economistas para ver qué dicen ahora las famosas curvas de Lorenz) y hay mucho sufrimiento, pero€ En España se juntan lo mejor de los dos polos opuestos que tenemos en Europa: El Partido Popular -el dogma del modelo liberal europeo que puede mostrar con éxito su trabajo- y Podemos, un partido de izquierda procedente de movimientos como el 15-M, que es ahora como un bucle, en evolución, con serias expectativas de gobernar el país tras conquistar cuotas de poder local significativas (Madrid, Barcelona, etcétera) en alianza con la izquierda corporativa, el PSOE.

Los socialistas, a la vista está, vuelven a ser la clave, en su actual fase crisálida, pues de ellos depende el giro político en España si la aritmética no hace repetir al Partido Popular y el asunto catalán no catapulta de nuevo a los conservadores (les viene al pelo, ni pagado...). Sea como fuera, y en ambos casos, las circunstancias económicas y políticas van a hacer de España un laboratorio y, dicho está, un campo de batalla de la política europea, un espacio en donde se orienten las cosas€

Sin embargo, en ese laboratorio obra con fuerza una segunda contorsión: Se ha producido un desplazamiento espectacular de los contenidos de las grandes posiciones ideológicas de la segunda mitad del siglo XX.

Lo que actualmente la izquierda europea propone -que es la c restauración del viejo modelo de Estado social y de mercado, la vieja cooperación- es lo que sostendría un democristiano alemán o italiano de "antes". De Gasperi y Adenauer resuenan en esto, no habría que ser siquiera socialdemócrata.

A fuego lento

Durante décadas en Europa, por ejemplo, todos los sectores estratégicos de la economía fueron monopolios públicos (desde Deutsche Telekom hasta KLM o Lufthansa, todas, Air France) y el capitalismo funcionó de maravilla desde su perspectiva: Estado y mercado. Eso puede pedirse otra vez, hay que cocerlo a fuego lento, no llegará de golpe.

Está dentro de las demandas imposibles que pueden volverse realizables. Como lo están cosas que he oído a Pablo Iglesias: El acceso al crédito como un derecho, del que habla Podemos, es música celestial para pequeñ@s empresari@s y profesionales, es la sangre de la actividad. La de innovaciones del tejido productivo que harían tant@s con eso..."

El asunto, por lo tanto, para la nueva izquierda que entra en juego en Europa es: ¿Y ahora qué? ¿Cómo van a aprovechar la "ventana de oportunidad" que se les puede abrir en el debate sobre el futuro de Europa, que es el de todos nosotros, por cierto? Pues, yo lo tengo claro: una operación urgente que debe llevar a cabo es hacer suya la opción restauradora del viejo Estado social. Hoy lo progresista es ser conservador de ciertas cosas: de la Naturaleza y del Estado social. Y el envoltorio que por constitución corresponde a esto es el del centrismo político. Claro que el de un centrismo verdadero, clásico, y ahí está la historia para identificarlo (frente al "centro reformista" retórico).

Moderación inherente

El centro político es, además, el único espacio posible -e imaginable- en el que construir una hegemonía social capaz de poner en práctica tales propuestas. Por eso no hace falta hacer vudú, ni volverse loco, todo está inventado: Hay que propiciar las grandes alianzas sociales y construir una mayoría coyuntural, temporal, que se formará como sumatoria de demandas insatisfechas, lógica de cadena al modo que lo pensaban Gramsci y Laclau.

Así el cambio de sentido de las principales significaciones en la lógica derecha/izquierda encierra una oportunidad: muchas propuestas de una alianza de centro-izquierda, si son ésas y no son ensoñaciones tardo-revolucionarias, serán fácilmente asumibles por una mayoría silenciosa y realizables a poco que se revistan de su moderación inherente.

Esta orientación tiene, además, una traducción concreta, una puesta en escena inmediata. Una gestión pública en el ámbito local que dé juego a las pequeñas empresas de servicios, y que también tenga en mente el rol redistributivo de estos servicios, como de la planificación urbana, su condición de salario indirecto, es una realidad a la altura de la madurez -que no ha llegado fácil- de importantes sectores de la izquierda. Sin ir más lejos en Gran Canaria los proyectos del Cabildo de soberanía energética y soberanía alimentaria son horizontes de sentido en el que se pueden hacer mil cosas. Estamos en un momento que recuerda el acceso de Los Verdes alemanes al poder de manos de los socialdemócratas del SPD.

Llegaron sin prejuicios ideológicos, con enorme pragmatismo y mente alternativa, se pusieron en marcha y fueron eficaces y eficientes: pasaron al lado de la acción institucional, colocando en la agenda y haciendo posibles algunas demandas imposibles, por ejemplo en materia nuclear. Hicieron su trabajo. Y aún lo usufructuamos.