Un estudio en más de un millón de pacientes de EE UU sugiere que una gran proporción había recibido asistencia médica innecesaria. Los investigadores lo denominaron "asistencia sanitaria de poco beneficio", pero en realidad era asistencia sin beneficio. Analizaron la frecuencia con la que se prescribían 26 pruebas diagnosticas o tratamientos que no tienen beneficios o incluso son perjudiciales. La lista incluía hacer un electroencefalograma (EEG) para una cefalea sin complicaciones (el EEG diagnostica trastornos convulsivos pero no dolores de cabeza), o hacer un escáner o una resonancia magnética para un dolor lumbar en pacientes sin problemas neurológicos (el escáner en estos pacientes no añade nada excepto mayor gasto), o poner un estent en una arteria coronaria en pacientes con enfermedad cardiaca estable (la probabilidad de un ataque cardiaco o muerte después de cinco años no se afecta por el estent). En solo un año, los investigadores encontraron que un cuarenta por ciento de los pacientes recibieron al menos una de esas 26 pruebas o tratamientos inútiles. El economista David Cutler y otros colegas de la Universidad de Harvard denominan "médicos vaqueros" (cowboy doctors) a estos médicos que dan cuidados sanitarios innecesarios e infectivos.

En un reciente artículo publicado en la revista The New Yorker, el Dr. Atul Gawande de Boston analiza críticamente lo extendida que está la asistencia médica innecesaria. Él mismo pone como ejemplos a varios de sus pacientes que les son referidos por otros médicos a su consulta después de que les hayan realizado análisis en sangre, pruebas genéticas, exploraciones diagnósticas especiales, biopsias, o intervenciones quirúrgicas mal indicadas. Incluso cita experiencias de este tipo sufridas por familiares cercanos. En 2010, el Instituto de Medicina de los EE UU publicó un informe en el que afirmaba que el malgasto suponía el treinta por ciento del presupuesto sanitario, o unos 750.000 millones de dólares anuales, una cifra que supera al presupuesto conjunto para toda la educación primaria y secundaria de ese país (que cubre a los niños y jóvenes de cuatro a 19 años). La mayor parte de este dinero malgastado se imputaba a servicios sanitarios innecesarios.

No es exagerado decir que en España, al igual que sucede en EE UU, cada familia puede contar que alguna vez ha tenido que pasar por un exceso de pruebas diagnósticas y quirúrgicas. Cada día, las consultas médicas de los hospitales y centros de salud de España atienden pacientes que en muchos casos han recibido cuidados sanitarios innecesarios. Son muchas las causas. Una de ellas es que suele ser más fácil solicitar una batería interminable de análisis y exploraciones especiales (que se verán o no en la próxima visita) que sentarse a hablar con el paciente, escuchar su historia, explorarle con detenimiento y hacer un diagnóstico diferencial. En muchos casos, eso bastaría para saber cuál es su problema de salud sin necesidad de varias pruebas. Pero tal y como está organizada la sanidad pública en España, los médicos y enfermeras no pueden hacer todo eso en siete o diez minutos. Sobre todo cuando, además, se enfrentan a un programa informático hostil y anticuado que gestiona las historias clínicas y las peticiones y que consume gran parte del precioso y necesario tiempo que se requiere para llegar a un posible diagnóstico y solución (si la hubiera).

Otro de los factores responsables del malgasto sanitario es el desconocimiento que la mayoría de los médicos tiene sobre los conceptos estadísticos de riesgo y probabilidad. Por ejemplo, imaginemos un paciente de 82 años de edad con enfermedad pulmonar crónica y en diálisis ambulatoria por insuficiencia renal crónica, que tras sufrir varios desmayos le diagnostican de una obstrucción arteriosclerótica grave de las dos arterias carótidas y de tres arterias coronarias tras una ecografía carotidea y un cateterismo cardiaco. Los médicos recomiendan hacerle cuanto antes un triple by-pass cardiaco y, una o dos semanas más tarde, volver a operarle para destupir una de las arterias carótidas. Los médicos no ocultan a la familia que esta operación combinada tiene sus riesgos (un 15% de probabilidades de que se produzca un ictus), pero les dicen que en manos de un equipo quirúrgico experto lo más probable es que tenga éxito. Lo que los médicos no dicen es que en un paciente como este, la cirugía vascular reduce el riesgo de ictus futuro en tan solo un uno por ciento cada año. Tendrían que pasar quince años antes de que el beneficio de la cirugía pueda sobrepasar el 15% de riesgo de la operación. Este paciente no va a llegar a los 97 años; tal y como está puede aún vivir dignamente dos o tres años más. A pesar de este escenario, el paciente es intervenido en un hospital privado concertado. Sufre un ictus durante la cirugía cardiaca y entra en coma. Una semana más tarde se recupera parcialmente quedándose sin poder hablar de forma inteligible. Es trasladado a otro hospital concertado para crónicos donde fallece pocos meses y varios miles de euros después.

La atención sanitaria innecesaria no solo consume un tercio de nuestro presupuesto sanitario. También se cobra vidas humanas. Buen día y hasta luego.