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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

El ladrón de dádivas

Querido amigo, han pasado ya más de cuarenta años de cuando, en una oscura noche del mes de enero de 1975, los ladrones se llevaron la mejor parte del tesoro de la Virgen del Pino de la Basílica de Teror.

Lo hicieron, según se cuenta, a la manera del más sofisticado James Bond, colgándose del techo y tomándose luego todo el tiempo necesario para escoger las joyas de más valor.

Pero también hay quien opina que el tesoro lo tiene guardado y a buen recaudo la propia Iglesia católica, que, como había propuesto monseñor Infantes Florido, obispo de Canarias en esa época, lo quería tener dispuesto para paliar las necesidades más acuciantes de los pobres.

El obispo Ramón Echarren Yztúriz, que fue quien le sucedió en el Obispado de Canarias, dijo en una ocasión saber dónde se encontraban el oro, la plata y las piedras preciosas, alhajas estas que eran fruto de las dádivas que, a modo de exvoto, le entregaron a nuestra Patrona el fervor generoso de sus creyentes de aquí y allende los mares para purgar sus pecados.

Pero Don Ramón, aquel obispo campechano que luchó durante tantos años para que la Iglesia pidiera perdón por su complicidad en la Guerra Civil y la dictadura española, se llevó el secreto a la tumba, quién sabe si como compromiso pactado de un secreto de confesión.

Se pregunta uno, Gregorio, si este tipo de robos no debería tener la misma maldición que condenaba al que perturbase la tumba de Tutankamón, y que en la iglesia de Teror tuvieran también que poner la inscripción: "La muerte golpeará con su bieldo a aquel que turbe el reposo de este tesoro..."

De todas formas, y mientras quede alguien vivo en la Diócesis de Canarias que pueda esclarecer los misterios que rodean el robo, se le debería someter a la prueba del polígrafo de la máquina de la verdad y, por otra parte, que se haga la prueba de la rana, y no me refiero al famoso test del embarazo, sino al seguimiento policial de la rana de esmeraldas que se llevaron los sacrílegos ladrones, a los que la Santa Madre Iglesia deberá condenar al fuego eterno.

Vaya usted a saber si en el mismo infierno se encontrarán unos y otros, los ladrones y algún millonario melindroso que intentaba expiar sus culpas con dádivas de oro y esmeraldas a la Virgen, porque, como se sabe, "es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el Reino de los Cielos", mientras que, por la otra parte, también será verdad el refrán que reza: "Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón".

Es curioso, Gregorio, cuando hace algunos años escaseaba la lluvia, bajábamos a la Virgen para pedirle que lloviera, pero ahora me parece a mí que las joyas no van a aparecer ni de milagro. Pero, de cualquier forma y aunque la Iglesia sea más pobre o más rica que nunca, vamos a volver a Teror este año, y que ¡viva la Virgen del Pino...!

Un abrazo y hasta el martes que viene.

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