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La realidad

El monje taoísta

Rajoy pasa por ser un hombre tranquilo, imperturbable, tal vez falto de carácter; un hombre de contados puñetazos sobre la mesa, sibilino, emocionalmente conservador y, por ello mismo, más bien escéptico. Si en lugar de gallego fuera un estadista chino, diríamos que Rajoy se comporta como un monje taoísta desprovisto del aura poética: dejar que el agua fluya, que el tiempo pase erosionando las piedras del río. En un contexto histórico normal, las generaciones venideras juzgarían a Rajoy de acuerdo con su actuación económica. Cogió en 2011 un país quebrado y lo entrega, cuatro años más tarde, creciendo a ritmo de burbuja. Alumno aventajado de las reformas impuestas por Merkel, la política exterior de Rajoy se ha alejado de algunos protagonismos pretéritos centrándose en una alianza casi exclusiva con la austera Alemania, para la que España se ha convertido en el discípulo fiable del sur.

Al final de la legislatura, el presidente del gobierno puede presumir de una recuperación en marcha, del progresivo interés de los inversores por volver a nuestro país (el mejor ejemplo lo constituyen las Socimi) y de una relativa estabilidad en las cuentas públicas. A grandes rasgos, se trataría de una historia de éxito si viviéramos un periodo tranquilo, en el que bastase con una contabilidad pulcra y poco más. Pero no es así, ni en España ni en el resto del mundo.

De hecho, mientras nuestro país crece a tasas de casi un 4% anual, la caída de las materias primas y de las bolsas presagia algún tipo de retroceso económico mundial para los próximos meses o años. China se encamina desde una política desarrollista que ha propiciado un crecimiento al 10% durante décadas a una sociedad impulsada por el consumo, pero con incrementos más moderados. El paso de un modelo a otro suele ser doloroso, aunque inevitable. Las transformaciones adquieren rango mundial. La robótica y la globalización amenazan a millones de empleos, especialmente en los escalafones medios y en los poco especializados. El crash demográfico en Occidente, que pone en peligro el Estado del Bienestar, coincide con las brutales corrientes migratorias. Las nuevas tecnologías energéticas suponen un riesgo para la riqueza de muchos países emergentes, cuyos PIB dependen casi en exclusiva del precio de las materias primas. Regresa el nacionalismo expansivo como factor de desestabilización, sobre todo en Asia, mientras que el islamismo radical ha puesto en marcha un genocidio en el Oriente Próximo, sin que la comunidad internacional se haya decidido todavía a afrontarlo. Al igual que sucedió hace unos ochenta años, la democracia parlamentaria está perdiendo predicamento, cuestionada por los regímenes de eficiencia autoritaria en el sureste asiático -China, Singapur, Malasia- o por el populismo plebiscitario en Occidente. The times they are a-changin', que cantara Bob Dylan.

Pero en España la crisis global ha adquirido tonos propios, indisociables de la corrupción política y del brutal ataque que ha sufrido el relato de la democracia en nuestro país. Al disiparse el prestigio social de la Transición como un modelo de éxito estudiado internacionalmente, la palabrería demagógica ha encontrado un territorio fértil. Sin embargo, con sus silencios pertinaces, Rajoy no ha dado solución a algunos problemas políticos y esta percepción jugará en su contra; no en vano tan malo resulta callar siempre como hablar a destiempo. El primer round será el próximo 27S en Cataluña y el segundo tendrá lugar a mediados o a finales de diciembre. 2016 requerirá fineza y decisión, más que silencios. Y a Rajoy, más que por la economía, se le juzgará por sus aciertos y por sus errores políticos.

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