Es tal el lamentable estado de las cosas, y de las mentes, que puede que a estas alturas las declaraciones de un futbolista hayan sido elevadas a la altura de agravio internacional. A su vez, se habrán producido otras, como respuesta, de otro balompédico de acento también circunflejo pero de orígenes en el sur peninsular, que tendrán su correspondiente valoración, difusión y análisis cual si de premio Nobel se tratara. Así nos encontramos el día que los catalanes deberían celebrar con normalidad su fiesta local, regional, nacional o como la quieran llamar. Pero unos cuantos iluminados han decidido que no sea así, que la fiesta revierta en el monopolio de los que quieren montar otro estado -como si no tuviéramos bastante con el que hay y con los que hay- con policía montada, corbetas, banda de tambores y, a ser posible, algún avión de guerra en propiedad o alquiler. Algo así contó Artur Mas esta semana en el Financial Times y que también quiere tener un García Margallo propio: podría proponérselo al actual ministro de exteriores del Gobierno de España, Juan Manuel por la mañana y Joan Manel por la tarde, o viceversa, seguro que lo haría encantado. Hasta Rajoy podría entenderlo y contarlo como una muestra de diálogo y aproximación entre seres humanos que no deberían haber llegado nunca al aparente nivel de distancia en el que se encuentran. La falta de conciencia del disparate en el que se vive es tal que seguro nos queda por ver cosas tan desmedidas como esa, o peores. Y la sanidad pública, la educación, las políticas sociales, el derecho a la vivienda y demás, se han convertido, sobre todo en Cataluña, en la lista de la compra de los incautos, de los que no saben de verdad de qué va la cosa, de los que son incapaces de saborear las mieles de la independencia o los gustos simples del españolismo de siempre, de charanga y pandereta. Tanto esfuerzo de años, tanta gente que se dejó la piel y la vida por la libertad para haber llegado hasta aquí. ¿Y qué es aquí? Un esperpéntico desbarajuste político y social, de costes probablemente impagables y de consecuencias seguramente irreparables, al que nadie parece querer ponerle fin. Hay otras voces y otros ámbitos, la gente de "La Tercera Vía" por ejemplo, con el gran escritor y periodista Jordi García Soler, el mismo que nos enseñó a amar a la nova cançó. Ahora le acusan de traición. Malgrat tot, bona diada per tothom.