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España gana por humildad, Grecia pierde por orgullo

Hemos escuchado tantas veces el estribillo de que un partido de baloncesto se reduce a sus minutos finales, que ni nos molestamos en desmontar el tópico. Sin embargo, los entendidos saben de sobras que el España-Grecia se resolvió antes de que los equipos bailaran sobre el parqué de Lille.

España contó con la ventaja impagable de no partir como favorita. De hecho, ayer expió sus pecados durante el Eurobasket. La vergüenza torera le permitió arrancar un triunfo humilde y laborioso. Gasol como siempre y Mirotic como casi siempre se impusieron a base de darse cabezazos contra el muro rival. Es doloroso incluso escribirlo, aunque la victoria es el mejor agente cauterizador.

Ya que no lo preguntan, Grecia perdió porque arrancó con una sobredosis de orgullo. Desde la soberbia, se limitó a aguardar con paciencia el desmoronamiento anímico que ha acompañado a los partidos españoles. Los griegos se olvidaron de poner algo de su parte, si omitimos la actuación estelar de Antetokounmpo. Es uno de los mejores jugadores del planeta, y su proyección no ha concluido.

Solo hay algo más ultrajante que ser abandonado de improviso por la pareja, sufrir un tapón. A Gasol le pusieron dos, el único momento en que se tambalearon su estabilidad emocional y el triunfo español. Sin Sansón no se derriba el templo de los filisteos o de los atenienses.

España puede derrotar a Grecia sin Rudy Fernández, pero los griegos no pueden eliminar a los españoles sin Spanoulis. Este jugador, genial y desordenado como Syriza, parecía ayer Marlene Dietrich en el ocaso. O Kim Kardashian, si atendemos al tonelaje de sus posaderas. De cara a las opciones en semifinales, ganar ayer es lo peor que podía ocurrirle a España. La humildad es lo primero que se pierde tras una victoria.

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