La Provincia - Diario de Las Palmas

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'El caso Heineken'

Desventuras del crimen desorganizado

Si la memoria no me falla, la última interpretación de Anthony Hopkins digna de su talento fue Bart Munro, un sueño, una leyenda. Hace una década ya. Es un dolor. No es que acepte películas tan lamentables como Robert De Niro pero suele perder el tiempo en títulos tan bienintencionados como fallidos. El caso Heineken es un buen ejemplo: está lejos de ser una buena película pero tampoco es un espanto. Es correcta, moderadamente interesante y tiene momentos intensos, casi siempre cuando aparece Hopkins en el plano. Y, por desgracia, no aparece mucho. La película desaprovecha la parte más atractiva (cómo resiste un hombre del vigor mental y de la personalidad acorazada de Heineken en cautiverio) y se centra demasiado en los preparativos del secuestro y las chapuzas posteriores. Si, al menos, se hubiera estrujado más la condición de farsa que hay en el trasfondo de la historia quizá la función ganaría en interés, o si se hubiera metido mano a la ciénaga del hampa que se olfatea de refilón, pero el guión se va por derroteros convencionales y el director, fiel a sus orígenes televisivos, lo rueda todo con una aséptica pulcritud que llega a ser anestesiante. La tesis de que solo se puede rico de dos formas, o teniendo mucho dinero o teniendo muchos amigos, pero nunca las dos a la vez, lanza una pista sobre el carácter del secuestrado, pero el guión se aleja rápidamente de la tentación de profundizar en ello y Hopkins pasa a un segundo plano. Y cuando él desaparece, la película se difumina dejando la sensación de que ha dejado irse viva una historia con muchos elementos de interés. ¡Lo que hubiera hecho David Fincher con ese león enjaulado y esos captores del crimen desorganizado!

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