Los intelectuales, esos que están comprometidos con las funciones de defender los valores eternos y desinteresados como la justicia, la verdad y la razón, se han hecho invisibles en España. Si hacemos caso al historiador Tony Judt, ha llegado el momento de decidir en qué mundo queremos vivir. La democracia ha derivado en un experimento contrario y radical donde los intelectuales han colaborado para que no hayamos aprendido nada de los convulsos acontecimientos que han agitado España en su último siglo de historia. Para numerosos intelectuales, el pasado nunca acaba de pasar: mantienen el mismo discurso que los partidos, sin denunciar que las ideologías fascista, comunista y democracia parlamentaria son mutuamente excluyentes, como explica César Molinas en su obra ¿Qué hacer con España? Escandaliza saber que haya tantos intelectuales que legitiman la desobediencia a la Constitución y el abandono del proyecto común europeo. Con su engreimiento a desaprobar lo respetable de la historia de España, muchos de esos que hace cuarenta años iban para intelectuales han echado raíces en los negocios y la política dejando el país en manos de folcloristas, ricachones de un día para otro y políticos con glamur escénico. Refiriéndose a periodistas y a intelectuales, George Orwell decía que la deshonestidad y la cobardía siempre se pagan. Hace muchos años que los intelectuales en España dejaron de asumir la parte que les corresponde en el coro de las pasiones por una democracia plena y sin odios entre ciudadanos. Llevamos casi un siglo viviendo con el viento de cara erosionando de forma insistente, progresiva y probablemente irreversible nuestro presente sin que hayamos sabido consensuar un proyecto común e integrador como nación.

Para el filósofo Julien Benda, autor de La traición de los intelectuales, hay dos tipos de civilización: la civilización artística e intelectual y la civilización moral y política. Estas dos civilizaciones coexisten en las verdaderas democracias pero han estado excluyéndose en nuestro país. Hemos descuidado la promoción del arte y de la ciencia y gozamos de un nivel bajísimo de moralidad entre muchos de nuestros políticos. Como recuerda Benda, en la época de los totalitarismos triunfantes, el intelectual traicionaba su deber cuando aceptaba lo injusto y lo proclamaba justo porque encarnaba lo que en ese instante era la voluntad de la historia. Hoy el intelectual está disfrazado de demagogo. En los discursos de estos demagogos nunca se dio tal abundancia de partidarios del arrebato intuitivo, de la amnesia histórica repentina y de la ferocidad territorial de todo género. Un fenómeno muy extendido entre estos nuevos intelectuales es lanzar afirmaciones gratuitas sin coherencia que no resuelven ningún asunto serio. ¿Y los de la nueva izquierda? ¡Pero si son iguales que los trotskistas de cuando iba a la Universidad! Pura teoría, sin ningún plan concreto, salvo lo que apuntan algunos historiadores actuales: hacerle un favor a Putin e introducir caos en los países europeos para destruir la Unión Europea.

Las próximas elecciones autonómicas en Cataluña me han hecho recordar la Iliada, la guerra de todos nosotros, en opinión de la escritora estadounidense Caroline Alexander. Decía Homero que no hay nada tan destructivo, tan letal como la confianza ciega en su propio triunfo, la creencia absoluta en la victoria. Las ilusiones de dirigentes irresponsables, como los que se han juntado en una coalición sin ideología política, económica y social, y que quiere declarar de forma unilateral la independencia de un trozo geográfico de España, representan un peligro para la convivencia en momentos en los que la desobediencia a la Constitución ha inventado un conflicto delirante sin sostén histórico y legal, y donde una visión totalitaria pretende gobernar excluyendo a más de la mitad de los ciudadanos de esta región española. Hay que leer a Herta Müller, Premio Nobel de Literatura en 2009, para entender que la mentira histórica con la que los nacionalistas catalanes han adoctrinado a su ciudadanía durante treinta años es una trampa común de los regímenes totalitarios. Es la misma pesadilla que describe George Steiner en La Idea de Europa: el chovinismo nacionalista y los regionalismos desaforados no solo son una vulgaridad sino una peste que en nuestro país se ha instalado en varias CC AA. Y la Iliada nos cuenta lo que ocurre a la gente cuando se enfrenta a una realidad brutal. Este es un mundo caótico, muy inseguro; este es el mundo real, el lugar en el que todo lo que es terrible, triste y trágico ocurre por culpa de la ineptitud de los gobernantes. Constituye una verdadera melonada y una frase miserable "tendrás mi ayuda al otro lado del Ebro" hecha y dicha por el máximo dirigente de Podemos, cuando desde su visión estalinista afirma que apoyará el "derecho a decidir" (¿qué?) de los catalanes. Es paradójico que quienes cumplen las leyes en España sean considerados tiranos, y no los que las desafían, como ha denunciado el filósofo Fernando Savater.

Nos hemos convertido en una sociedad que vive en una profunda contradicción y en la que los intelectuales les han hecho el juego a las pasiones políticas ocultando las verdaderas cuestiones que interesan a todos. Esa actitud no ha sido dictada por la prudencia sino por la cobardía. Una traición. Buen día y hasta luego.