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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

A falta de pensamiento, Nacho Vidal

Siempre que paso por delante de la fachada y veo la pintada "Te quiero churrita" pienso en un aspirante dramático o en un despechado que se lanza a degüello tras la última oportunidad, que churrita le haga caso y disponga de lo que haga falta para compartir su vida con él. El mensaje ha quedado ahí y espero que no caiga bajo los efectos de una limpieza o remodelación, sobre todo porque viene a ser como una especie de asidero a una realidad donde la mayoría ha sucumbido a una falsa comunicación (hablo contigo pero atiendo miles de asuntos a la vez). Por ello, la leyenda de color rojo devuelve al ciudadano a lo básico, a lo que suele importar, es decir, a la felicidad, al amor, a los amigos, a la salud... Y suprime por un instante el engaño de los artificios, tan machacantes día y noche.

Nuestra época es de hastío, de hartura frente al mundo desbocado que nos ha tocado y que llena de víctimas las fronteras, que instala de nuevo a Europa en el hambre, en la posibilidad del gueto, en los campos de refugiados, en la desesperación de Las uvas de la ira, en el racionamiento de miles y miles a los que se les ha dado la condición de refugiados. Y ante la riada de hombres, mujeres y niños que se colocan frente a Alemania, España o Francia algunos registran en los cajones, en las hemerotecas y en los archivos para recordar que nuestro país o el otro tuvieron también un éxodo para así despertar la solidaridad, la cordura y el impulso para oponerse a un camino que ha sido roturado por los intereses más acaparadores, cocinados en las grandes factorías y fábricas de esclavos levantadas en los barrios ruinosos de la India o Pakistán.

Dada la estrepitosa desmejoría (estalló el drama ante sus ojos y no supieron verlo, o se dedicaron a brindar) no me ha extrañado nada que un manifiesto del actor porno Nacho Vidal en formato vídeo se haya convertido en viral con su llamamiento a follar en un mundo que se cae a trozos. Por supuesto que no me gusta el individuo ni lo que representa, y hubiese preferido de todas todas que la apelación hubiese venido de la voz de un intelectual, de un escritor, de un sociólogo o politólogo. Pero el caso, por desgracia o por suerte, es que las camadas antes citadas desaparecieron hace tiempo de la escena española, y que la era de los Aranguren quedó finiquitada. La prueba de la obsolescencia de la materia pensante en este país es que un personaje famoso por su atributo sexual logre invadir las redes sociales, ocupar páginas de periódicos de referencia o retroalimentar la televisión más canalla y la más seria.

Ya sé que todo es anormal. Una anormalidad descomunal es el tiempo consumido en ver si Mariano Rajoy asistía o no a la boda gay del vicesecretario del PP, después de que en su momento se opusiese a la ley del matrimonio homosexual que aprobó el PSOE en 2005. Bien, pues fue y bailó (según las crónicas) una conga hasta las tantas de la madrugada. Airear estas coyunturas demuestra, claro esta, la madurez sociopolítica que nos corresponde: nos olvidamos de Bárcenas y otras pellejadas y nos ponemos es escrutar si Rajoy iba al enlace para quedar bien, y salir luego como un trueno. Pues no, se quedó hasta el final, disfrutó hasta el amanecer con Elvira, y por lo tanto cree haber convencido al mundo gay que todo tiene sus matices.

No sé cómo sentaría entre el PP el contenido del vídeo manifiesto de Nacho Vidal, que no es otra cosa que una petición sensual, muy erótica, para abandonar las cortapisas que nos imponemos y nos imponen. "Dejemos de escandalizarnos al ver nuestros cuerpos desnudos mientras aceptamos ver cuerpos mutilados", afirma el actor porno. ¡Qué importa que sea él, dice lo que muchos piensan, sale a gritar contra la hipocresía y el cinismo que nos rodea! Y uno se refugia en la organización de sus sedimentos mentales: me hubiese encantado que esta ventolera que exalta el sexo en varias direcciones hubiese venido de un psiquiatra lacaniano, catedrático, y con carácter fijo entre las lista de invitados a todo congreso que pasa la espátula por la supuesta repugnancia de Freud a la carne y sus fluidos. Pero no ha sido así: ahora es un psicoterapeuta del siglo XXI, metido en la ciénaga catódica, un Rasputín social que nos ensalza el erotismo mientras suenan los cañones de negociaciones fallidas, cuotas de refugiados, la secesión catalana, la prima de riesgo que vuelve y se revuelve, el futuro del apartamento en el Sur, los impuestos de la herencia, la enfermedad agazapada, las facturas de todos los colores... ¿Qué hacer? Meterse en la cama y disfrutar, que nos quedan dos días, que el placer es gratis. ¡Qué pena: no es un investigador social, un tipo de los que doblan las baldas de la biblioteca! ¡Es un actor porno! ¡Y tiene razón!

A la vuelta con el prurito o la renuncia al deseo, uno es incapaz de aceptar que esta llamada a la locuacidad sexual tenga que ver con aquella escena de Yoko Ono y John Lennon encamados, desnudos, en un escaparate para reclamar la paz en el mundo. De allí, de esa publicidad, asoma también una frustración generacional: el periodismo sabueso de la época se quedó con las ganas de que hicieran el amor. ¡Pero olvídalo, lo válido es que el grito procede de una persona capaz de influir, ya no en los cenáculos del poder, sino en las redes sociales! ¡Y pide el fin de este disparate, de la desintegración, de la agonía diaria que no se va!

¿La edición más cibersexológica del eslogan que cubrió la oposición contra la guerra de Vietnam y que luego anidó en el Mayo del 68: 'Haz el amor y no la guerra'? Permítanme tener el prejuicio a mano, claro está, pero demos la bienvenida -si ya los libros ni las conferencias sirven- a los que tratan de elegir la ruta menos compleja para hacernos ver los errores. A las víctimas sólo nos queda la alternativa de rechazar el delirio con lo que más tenemos a mano y menos nos cuesta, el cuerpo.

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