La Provincia - Diario de Las Palmas

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Zigurat

Plaza de la Revolución

Plaza de la Revolución, desde la altura a la que lo puso Compay Segundo, después de que Korda lo blindara para la eternidad -mira hacia el futuro o al menos eso es lo que parece y el futuro le llegó. Donde se hacían las manifestaciones contra el embargo, contra las agresiones o cuando el niño "Eliancito" cruzó el brazo abisal que los separa, allí ahora se pueden ver las banderas de los países que hasta hace unos meses se miraban de hito en hito a ver quién sacaba primero el arma.

En esa misma plaza, cientos de miles de personas van a un mitin, una reunión política, que esta vez sí, el régimen ha dejado que se organice. Esta es una reunión especial, donde revolucionarios se juntan con contras, con católicos, con cristianos o con disidentes; no hay espacio para la discusión en ese momento.

Desde la enorme tarima levantada a un extremo de la plaza que debe medir tres estadios, el hombre de blanco, el latinoamericano que algunos creen sigue la senda de los obispos que lucharon contra la esclavitud o la oligarquía desde tiempos de la conquista, levanta las manos y saluda sin ningún esfuerzo: está en la tierra del espléndido español hablado en esa.

Pero en esta ocasión a sabiendas de que están en un proceso lento y en algunos casos doloroso, de establecimiento de relaciones con los EE UU, hasta ahora el mal o el diablo, el político que está en la tribuna es más comedido en sus comentarios, más conciliador, más elíptico y menos directo, pero aun así la gente, el pueblo, el proletariado que allí sigue existiendo, se alegra de igual forma, pues una cosa es la revolución y otra la Virgencita del Cobre, porque muchos que aún viven y que combatieron a Batista en las calles o en las sierras del país muestran su lado más pietista y se suman a la marcha que de ahí partirá a otra plaza de la revolución que es el santuario de la Virgen del Cobre. Porque en ese pequeño templo en el bosque se proclamó la libertad de los esclavos del cobre y también los próceres de la patria, sus libertadores, como Manuel Céspedes, se encaminaron hasta el santuario para rezar por la libertad de Cuba.

Los que esperaban del papa Francisco un discurso duro, políticamente hablando, no se han quedado satisfechos; las damas de blanco y los más de cincuenta opositores que no pudieron asis-tir a la convocatoria, porque una redada los había retenido, no entienden cómo el Papa no ha mentado, aunque sea de pasada, tal circunstancia.

Pero puede que los encargados de las relaciones entre Cuba y el Vaticano acordaran una visita donde la religiosidad popular tuviera su protagonismo, restando importancia a la teología política -el evangelio para entendernos-, que es la que practica el Papa. Tan duro en otros asuntos, sobre todo con Europa, que es la que tiene al Vaticano hablando solo de las deserciones de fieles y la mínima asistencia a los actos litúrgicos, amén de perder el norte en asuntos como los refugiados.

Esperemos que antes de abandonar Cuba, que ciertamente es un punto difícil en toda agenda, se pronuncie sobre la apertura de la que ya hablaba el azote de los comunistas: Juan Pablo II.

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