La Provincia - Diario de Las Palmas

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Opinión

Más respeto con los residentes

He seguido con cierta curiosidad la polémica que se ha desatado con el propósito del Gobierno de Canarias de limitar o prohibir el uso residencial de las viviendas existentes en forma de apartamentos, villas o bungalows en las zonas turísticas de Maspalomas, sector en el que, por cierto, hace muchísimos años he dejado de participar.

Es obvio que con esta iniciativa el Gobierno, tratando lógicamente de racionalizar el uso de estas zonas, está perjudicando a los diversos intereses de centenares de pequeños propietarios que durante decenas de años han hecho de esta actividad su modus vivendi. Creo que los derechos de estas personas merecen, por parte del Gobierno, el máximo respeto y consideración.

En efecto, hay que recodar que gracias al esfuerzo y sacrificio personal de esas personas lo que hoy se conoce genéricamente como la zona turística de Maspalomas, para bien o para mal, es lo que es. Desde luego mucho más para bien, como generadora inmediata de riqueza, que para mal, como causante de una estructura alojativa deficiente, hoy afortunadamente superada.

Hay que recordar que después de la afortunada y generosa iniciativa de la Casa Condal sugerida e impulsada inicialmente por aquel extraordinario arquitecto que fue Manolo de la Peña, Hijo Adoptivo de Gran Canaria, mérito que no se desmerece en lo más mínimo, por lo que fue su difícil carácter personal, ofreciendo la Casa Condal lo mejor de su inmensa propiedad para iniciar la promoción turística de Gran Canaria, se produjo un impasse momentáneo en el ámbito de nuestra isla en el que todos nos preguntábamos de dónde saldría el dinero para poder dar un primer bocado en aquel enorme pastel que se nos ofrecía a todos. La isla estaba absolutamente descapitalizada.

Desde la tribuna donde me habían colocado, la dirección de la Caja Insular de Ahorros y Monte de Piedad de Gran Canaria, observaba el triste panorama. No existían capitales suficientes para acometer tan bonita aventura. Nuestra tradicional "riqueza", la agricultura, pasaba por su enésima crisis. La Comunidad Quintana, que había explotado la inmensa finca de Veneguera con extensas plantaciones de plátanos y tomates, había presentado, de hecho, suspensión de pagos. Lo mismo que la Inmobiliaria Betancor, que terminó en quiebra, financiada inicialmente por la actividad agrícola, en la que eran los más importantes exportadores, que ante la crisis del sector inteligentemente habían tratado de zafarse de ella, pero no llegaron a tiempo. Otro tanto ocurrió con Pilcher y Leacock en el Norte y tantos más.

En una visita que le hice en aquellos años, antes de iniciarse la promoción de Maspalomas, a don Alejandro del Castillo y del Castillo, el viejo conde de la Vega Grande, todo un ejemplo de caballerosidad y de bondad, en su calidad de consejero de la Caja Insular de Ahorros invitándole a que incrementara el saldo de su cuenta en la Caja, me contestó con una leve sonrisa en la cara: "Marrero, tengo muchas propiedades, pero dinero en efectivo ninguno. Los aparceros de tomates que me arriendan las fincas tampoco lo tienen. Me pagan con gallinas, huevos y algunos cabritos que a veces tengo que soltar en el patio de mi casa aquí en la calle Doctor Chil".

De todas formas don Alejandro, haciendo un esfuerzo para complacerme, tal era su bondad, incrementó su cuenta, que estaba prácticamente a cero, en 10.000 pesetas de entonces, cifra todavía importante, gestó que le agradecí naturalmente.

Hubo una momentánea esperanza cuando se supo que unos representantes de la Banca March de Mallorca, donde ya el turismo había calado, se iban a entrevistar con los representantes del Condado, ofreciéndole una asociación hasta el 50%, para explotar el Plan, que ya estaba aprobado oficialmente, con la condición de que la dirección del proyecto lo llevara la Banca. La reunión tuvo lugar en el hotel Reina Isabel de Las Palmas, sin que se llegara a un acuerdo. Nueva desilusión.

En torno a la playa de Las Canteras el turismo sí se había afincado con cierta solidez, que después se desinfló cuando se inició en Maspalomas, pero no llegó a capitalizarse lo suficiente como para reinvertir en la nueva urbanización, aunque posteriormente hubo algún caso aislado, como fue el hotel Tamarindos, promovido por un grupo local encabezado por Tomás Roca, que ya había construido en Las Canteras el hotel Cristina.

Desechada la colaboración con la Banca March, el equipo directivo que ya encabezaba Alejandro del Castillo y Bravo de Laguna de la empresa urbanizadora de Maspalomas tomó la decisión inteligente de poner directamente en venta algunas parcelas urbanizables con superficies asequibles, para el mercado local, empezando por la playa de San Agustín a unos precios muy aceptables. Colaboran con ellos dos grandes profesionales del sector, Eduardo Benítez Inglot y Tony Manchado, que tendrían mucho que decir mucho sobre este tema que vengo comentando.

La respuesta fue inmediata. La clase media de Las Palmas, integrada por profesionales, médicos, abogados, ingenieros, profesores, funcionarios, modestos ahorradores, individualmente o formando pequeñas comunidades, se volcaron en la compra de las parcelas que se habían puesto en venta y enseguida comenzaron a edificarlas para el disfrute personal de ellos mismos, para los fines de semana o para las vacaciones veraniegas. Nadie pensaba entonces en explotaciones turísticas. Aquella pequeña inicial oleada se vio de pronto incrementada por pequeños inversores alemanes con los mismos objetivos que los inversores grancanarios, animados por una famosa "Ley Strauss" que la República Federal Alemana había promulgado, por la cual se desgravaba fiscalmente a quienes invirtieran en países en desarrollo. Tampoco estos alemanes trataban de realizar explotaciones turísticas.

Hubo una tercera ola de inversores en la misma línea mencionada. En Alemania los asesores fiscales, desde luego, como ne-gocio propio, comenzaron a agrupar a pequeños inversores en sociedades "en comandita", figura jurídica escasamente utilizada en España en aquellos años, que permitían hacer inversiones de mayor volumen, que empezaron a ser explotadas como negocios turísticos, cuando sus propietarios no las utilizaban para sus vacaciones.

Otro tanto ocurrió en Las Palmas, pero no por razones fiscales, sino por emprendedores que animaban a invertir como el gran negocio del futuro turístico de la Isla constituyendo, no sociedades en comandita, sino en comunidades de vecinos, que más tarde se convirtieron en Comunidades de Explotación. Recuerdo, entre otros, a Juan Amorós Muntaner, José Antonio Sosa Ortiz de Lanzagorta, Protucasa o Inmobiliaria Roca, que aún persiste.

Así se hicieron, por este orden, primero San Agustín, después Playa del Inglés, El Veril, Puerto Rico y el Lago de Maspalomas.

Los hoteles empezaron a surgir más tarde, arrastrados por la realidad de los apartamentos.

Lo que no pudo hacer la clase más pudiente de la Isla, rica en patrimonio, pero pobre en liquidez, lo hicieron miles de currantes de la clase media.

Los herederos de aquellos pioneros que hicieron posible la considerable riqueza que hoy existe en el Sur son los que ahora están afectados por las leyes restrictivas del Gobierno de Canarias. En reconocimiento a lo que hicieron sus padres en pro de la Isla, se merecen ahora el máxi-mo respeto y consideración, que es tanto como acceder a sus pretensiones.

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