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Tropezones

El desquite del 'Vasa'

El portentoso galeón real 'Vasa' fue construido a lo largo de casi 3 años, por orden del rey de Suecia Gustavo II Adolfo, para vigilar las aguas interiores del imperio, que además de las costas suecas bañaban principalmente Finlandia y los países bálticos. Era el año 1628, en plena guerra de los 30 años, y concretamente el día 10 de Agosto cuando ante una enfebrecida muchedumbre, se procedió en los astilleros de Estocolmo a la botadura de uno de los mayores navíos construidos en Europa hasta la fecha; de 1.300 toneladas, armado con nada menos que 64 cañones, casi todos de más de 1 tonelada, y con un velamen que se elevaba hasta una altura de 16 pisos.

Una leve brisa empujaba suavemente el inmenso navío, con cuatro de sus velas desplegadas y sus estructuras policromadas incandescentes al sol.

Lo malo es que apenas recorrida una milla, el barco se escoró, las troneras de los cañones de la cubierta inferior se inundaron, y el buque se fue a pique en cuestión de minutos. Además de las cuantiosas pérdidas materiales y el consiguiente oprobio, se calcula que unos 50 miembros de la tripulación perecieron en el hundimiento.

Naturalmente se procedió a buscar culpables, sometiendo a juicio al capitán, armadores y demás implicados, sin conseguir colgarle el muerto a nadie, manteniéndose sin explicación el lamentable accidente.

El que se quedara sin castigo el culpable se debía sencillamente a la imposibilidad de señalar al responsable, que no era otro que el rey, empecinado en que su invencible galeón ostentara un segundo puente trufado de cañones, lo que convertía irremisiblemente el navío en una embarcación inestable e imposible de navegar.

Hasta ahí todo normal, pues estamos acostumbrados, sobre todo en el ámbito político, a que paguen los de abajo los errores de los de arriba, y si resulta que no se consigue culparles, pues qué se le va a hacer: "son cosas que pasan".

Pero el interés principal de tan lamentable suceso, es que 333 años más tarde se pudo reflotar el galeón, milagrosamente conservado en los lodos del fondo de la bahía, y merced a un derroche de ingeniería, reconstruirlo y aparejarlo como el día de su hundimiento, ubicándolo en una gigantesca nave, que se ha convertido en la cita turística obligada de todo el que visita la ciudad de Estocolmo. Nadie que haya tenido la oportunidad de penetrar en el inmenso abrigo del buque puede sustraerse a una sobrecogedora sensación de haber sido transportado por una máquina del tiempo 3 siglos atrás al esplendoroso pasado del siglo XVII.

Y esta es la revancha del extraordinario navío, haber resucitado de sus cenizas, o en este caso de sus lodos, para ser admirado 3 siglos más tarde, por los descendientes de los conmocionados asistentes a la catastrófica botadura a escasas 3 millas del actual emplazamiento. Dicho museo es hoy día una de las atracciones turísticas más populares de Escandinavia, y el número de visitantes hasta la fecha supera ya los 20 millones.

Hasta el punto que de no haber sido por los 50 infortunados marinos muertos, uno estaría casi tentado de sentenciar "No hay mal que por bien no venga".

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