En la prehistoria de la red el usuario dependía del rudimentario módem para disfrutar de un modesto ancho de banda, para consultar el mail y navegar por páginas que no lucían enlace alguno para compartir contenidos. Las imágenes se cargaban en la pantalla del ordenador en lentos espasmos gráficos, con un zumbidito de fondo. La conexión, limitada por la red telefónica de antes, ya valía. De lujo.

Luego llegó la ADSL y la fibra óptica. Y la velocidad se disparó, como el número de dispositivos desde los que podemos acceder a internet. Si nos dicen no hace tantas lunas que en casa podíamos tener 300 megas o más de ancho de banda... Es aquí donde reside la verdadera revolución industrial en el mercado de la comunicación: en el tendido de unas autopistas por las que la información se propaga en varios formatos con eficiencia y en tiempo real (o casi). Con más cacharros a los que dar línea, los servicios de telefonía integrados se convierten en un bien de primera necesidad para la mayoría de los hogares. Para las empresas.

La competencia de las firmas que ofrecen hoy red, telefonía móvil y teléfono fijo, más el inevitable añadido de la televisión a la carta, es hoy feroz. Pero aún no es estable. A la fusión de servicios se añade la de las propias marcas entre sí, que pretenden anticiparse a sus rivales con ofertas que están sujetas a constantes cambios: en precio y megas. Además, la fibra óptica se despliega al ritmo que marcan criterios como la rentabilidad comercial, por lo que el acceso a internet no es uniforme, y se generan brechas digitales en el mapa que alejan a las zonas rurales de la web.

En este contexto, el usuario es el que más se pierde. ¿Qué oferta hay que contratar? ¿Cuándo hay que firmar la dichosa permanencia? ¿Cuántas líneas de móvil debo tener en el mismo contrato? ¿Por dónde puedo ver la Champions? Preguntas que ahora se formulan de forma recurrente y periódica. Que siempre están sujetas a la comparación entre competidores. Que definen el desarrollo digital de un país, por ejemplo. Y que no se responden de manera clara y sencilla. Hasta el punto de que el cliente se cuestiona constantemente si ha contratado la mejor alternativa. Salimos de la prehistoria... para entrar en los años locos. Y no tienen fin.?