En la calle Travesera de Gracia, muy al final, casi al lado del Hospital de Sant Pau, había una bodega cosmopolita de nombre Can Tripas. Una bodega en Barcelona, al menos en aquella época, finales de los setenta, era un lugar donde se compraba vino y otras bebidas, y además, algunas ofrecían comidas caseras, muy ricas y baratas, al frente de las cuales reinaba la butifarra con monchetas. Allí comí y cené muchas veces con mi amigo Diego, transmutado pocos meses después en Didac por voluntad propia de afiliación identitaria, que era nieto del chófer de la líder anarquista Federica Montseny, primera mujer ministra de un gobierno de España. Nos reíamos mucho pese a que Diego tenía un pasado duro y de lucha por la vida. Se había quedado huérfano pronto y, aunque dotado de una inteligencia natural y de una capacidad intelectual muy por encima de la media, tuvo que trabajar de yesaire, desde los trece años. Así conseguía la manutención familiar, la suya y de su hermana, que también desde muy niña, empezó a trabajar como carnicera. Ana y Diego me acogieron en su antigua casa familiar de alquiler, lo único que les había quedado de sus padres, cuando yo desembarqué en Barcelona para acabar mi carrera y con menos posibles de los que a mi padre le hubieran gustado, pero no había otra. Diego y Ana, de los que no sé casi nada desde hace mucho porque el destino establece distancias a veces infranqueables, fueron de una generosidad infinita para conmigo, sin su apoyo me hubiera sido imposible vivir como estudiante en una Barcelona que ya no era entonces de oportunidades sino de muchas y grandes dificultades. El origen de ambos era charnego, murciano creo, pero ya ejercían de muy catalanes, muy catalanes y muy barceloneses en el mejor de los sentidos, el universal. Diego trabajaba a la sazón como administrativo en una naviera cuyas oficinas estaban en la plaza Palacio / Palau. Los dos, muy internacionalistas, intercambiábamos lecturas anarcosindicalistas y literarias. Juntos fuimos a escuchar una de las últimas conferencias de Manuel Sacristán, y juntos nos fuimos antes de que acabara. No sé por qué ahora estos recuerdos. Han aparecido solos, en medio del marasmo de campañas y secesiones. Pero yo sigo queriendo mucho a Didac y Anna, estén donde estén, espero que muy bien, porque me regalaron conocimiento de una de las mejores cosas que aprendí en la vida, la generosidad.