La Provincia - Diario de Las Palmas

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Las siete esquinas

El día de la marmota

He aquí un escenario de pesadilla muy probable para los próximos dos o tres años, en vista de cómo han quedado los resultados en Cataluña y en vista de que todos ya estamos atrapados en la dinámica del procés, por muy lejos que vivamos de allí: suena el despertador a las seis de la mañana, y una vez más comprobamos aturdidos que se nos ha puesto cara de Bill Murray y estamos en la misma casa de huéspedes de Vallfogona de Ripoll (la equivalente catalana de Punxsutawney). En la radio no suena I Got You Babe, sino una versión coral de L'estaca de Lluís Llach interpretada por un coro de jubilados y buscadores de setas. Y luego ya sabemos lo que nos espera: la ducha estropeada, el encuentro con el mismo pelmazo de siempre, y después la cansina filmación del veredicto de la marmota Phil -ahora reconvertida en la marmota Procés-, a la espera de que nos anuncie si habrá o no habrá declaración de independencia de Cataluña.

El día de la marmota: eterno, inamovible, fatigoso, desesperante, siempre igual a sí mismo, siempre frustrante, siempre anunciando algo que al final no ocurrirá. Pues bien, ya hemos entrado en esa pesadilla. Los resultados del domingo en las elecciones catalanas son lo más parecido a esa situación que en ajedrez se llama el "jaque perpetuo", cuando ninguno de los dos rivales puede ejecutar el jaque mate final porque a su vez está sufriendo un jaque mate por parte de su adversario. En ese caso, la única opción posible son las tablas, y eso es lo que ocurre ahora en Cataluña. Unos y otros, partidarios y contrarios a la independencia, tienen suficientes motivos para pensar que han ganado, cuando en realidad no ha ganado nadie porque una sociedad dividida en dos mitades casi idénticas no está en condiciones de emprender ningún proyecto colectivo de la magnitud de una declaración de independencia. Pero la gran cantidad de emociones -y casi todas negativas, aunque se hayan camuflado con sonrisitas y globos- que se han movilizado durante este largo proceso han alcanzado tales proporciones que ya es imposible imaginar una situación de tablas que sea aceptada por las dos partes en conflicto. Y muy al contrario, cada parte intentará realizar el jaque mate final contra la otra parte, sin darse cuenta de que las dos están en la situación del jaque mate perpetuo en la que es imposible comerse al rey, así que el jaque mate final no llegará a producirse nunca. Es decir, que todo el mundo se sentirá autorizado a decir que ha ganado y está en condiciones de hacer su política, aunque en realidad ahora mismo nadie esté autorizado a hacer su política, ni en un sentido ni en otro.

Y lo peor de todo es que la dinámica diabólica del procés se va a trasladar -ya se ha trasladado- a todo el país, aunque muchos de nosotros no vivamos en Cataluña ni tengamos ningún vínculo con lo que ocurra allí. Y esto es así porque todos nos jugamos mucho en este proceso, ya que cualquier solución -incluso una declaración de independencia pactada y legal- supondría un desastre económico para las dos partes, tanto para Cataluña como España. Por no hablar del desastre moral que se ha creado ya en Cataluña con los enfrentamientos entre familias, los odios, las desconfianzas y las sospechas permanentes contra quien no piensa igual o no se somete a los dictados de alguno de los dos bandos. Un desastre sin paliativos.

Y el desastre no tiene fácil remedio. El otro día vi en la televisión a un señor muy mayor -un inmigrante andaluz en Cataluña- que decía que durante su vida ya lo había visto todo, y que ahora lo único que quería era vivir tranquilo. Cuando ese hombre hablaba de haberlo visto todo se refería, claro está, a los años durísimos de la posguerra. Y fue justamente el recuerdo atroz de lo que habían sido esos años lo que empujó a los principales protagonistas de la Transición, tanto de un bando como de otro, a actuar con espíritu de concordia y a evitar todo posible enfrentamiento. Pero ahora no existe el recuerdo común de unos años atroces -los peores años de la crisis económica son un cuento de hadas si se comparan con aquello-, de modo que muchos políticos se creer autorizados a jugar con fuego y a tensar la cuerda sin saber lo que se están jugando (o sabiéndolo, lo que aún hace más despreciable su actitud). Y a esto hay que añadir los pavorosos efectos de la crisis económica, que empujan a mucha gente a escuchar a los vendedores de crecepelos ideológicos. Y no hay que olvidar, para completar el retrato de lo que está pasando, la progresiva infantilización de una sociedad que ha llegado a creer que jamás podía ocurrir una catástrofe, pasara lo que pasara y se hiciera lo que se hiciera (algo, por cierto, que la historia siempre ha desmentido).

Así que la pesadilla del día de la marmota seguirá durante mucho tiempo. Y hasta es posible que llegue un día en que España, aburrida y cabreada, vote encantada la expulsión de Cataluña, donde la CUP, en la Conselleria de Treball i Unitat Popular, habrá anunciado el pago a los funcionarios con una nueva "nómina solidaria" -un saco de algarrobas orgánicas y unas sandalias usadas-, mientras que en Cataluña, aburrida y cabreada, triunfa una vez más por la mínima el no a la independencia. El jaque perpetuo, podríamos decir. O el día de la marmota.

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