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Crónicas galantes

Aznar se arranca por catalanas

José María Aznar hablaba catalán en la intimidad y Mariano Rajoy lo hace en los vídeos electorales; pero ni aun así han conseguido ponerse de acuerdo sobre lo que su partido debe hacer -o no- en Cataluña. Aznar, que sigue ejerciendo de macho alfa del PP, encuentra del todo inapropiada la política contemplativa de su sucesor frente al independentismo. Rajoy no dice nada, que es una manera como cualquier otra de decirlo todo.

El caso es que, apenas unas horas después del trompazo recibido por los conservadores en las urnas, el presidente honorario del PP acaba de arrearle otro al presidente del Gobierno. Decepcionado por el magro saldo de votos en las autonómicas, Aznar carga las culpas del desastre sobre Rajoy y su actitud pusilánime, aunque en ningún momento cite su nombre. Ni falta que hace.

En su papel de guardián de las esencias, le basta con recordar que "la primera regla de la política es que pierdes todas las batallas que no das". El Gobierno de Rajoy las habría perdido todas, a su juicio, por mera incomparecencia en el campo de juego.

La filípica poselectoral de Aznar es aún más despiadada que las de Demóstenes contra el rey Filipo de Macedonia. Habla del "peor escenario posible" para su partido, fustiga la pasividad gubernamental que ha permitido a los nacionalistas adueñarse del terreno y aboga por "reafirmar" el orden constitucional, aunque no diga cómo.

Se diría que en el PP coexisten -malamente- dos partidos con diferentes ideologías. En una esquina del ring está el liberal Rajoy, partidario de dejar hacer y dejar pasar las cosas hasta que el adversario se cueza en su propia salsa, como acaso le esté sucediendo ahora al desventurado Artur Mas. En la otra, atrincherado dentro del búnker de la FAES, se encuentra el conservador Aznar, político de acción y mucho gimnasio que aboga por la mano dura.

Lo curioso del asunto es que Aznar fue en su día el mentor de Rajoy. Su preferido, dicen los que saben de esto, era en realidad Rodrigo Rato: aunque vistos los acontecimientos posteriores quizá el presidente de honor del PP se consuele pensando que su elección podría haber sido aún peor.

Más contradictorio resulta todavía que Aznar mantuviese a finales del pasado siglo un matrimonio político de interés con Jordi Pujol, al que entonces encontraba confiable y exento de mácula nacionalista alguna. Muchas de las transferencias que tal vez hayan engordado las ansias de autodeterminación de Mas corresponden precisamente a ese período de idilio. El hoy duro Aznar fue un primer ministro de lo más maleable en manos de Pujol.

Además de transferirle el cobro de una mayor tasa de impuestos, le facilitó la creación de una policía propia e incluso el derecho de veto sobre los dirigentes del PP en Cataluña. Indirectamente, eso sí, el Pacto del Majestic propició también la supresión de la mili, hasta entonces obligatoria para todos los varones españoles.

Casi dos décadas después de aquella cordialísima entente con los nacionalistas, el entonces servicial Aznar ha descubierto que sus antiguos socios son el mismo demonio y lamenta que Rajoy no les dé suficiente leña. Dado el carácter de este último, famoso por su tendencia a evadirse de los líos, hay que excluir la posibilidad de un duelo bajo el sol. Simplemente, Aznar se ha arrancado por catalanas, igual que otros lo hacen por bulerías.

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