La Provincia - Diario de Las Palmas

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El análisis

Espectáculo

De ordinario, la Filosofía, como área del saber y no digamos como contenido didáctico, se ve requerida para que explicite su necesidad en la vida cotidiana, puesto que se piensa, equivocadamente, que los intereses y preocupaciones del filósofo están muy lejos de los intereses y preocupaciones del hombre de la calle. Este error de percepción se convierte en una cuesta muy empinada para aquellos que, como uno, se dedican profesionalmente a la enseñanza de los entresijos de la tarea filosófica. Sin embargo, de idéntica manera que les recuerdo e insisto a los educandos a los que me dirijo, la Filosofía, así con mayúsculas, está presente en cada uno de los recovecos de la realidad y, a veces, sólo ella alcanza a dar con las razones que se ocultan tras los variados fenómenos de lo real. Al caso, la retransmisión en vivo y en directo, tanto en los canales de televisión como en las redes sociales más transitadas, del asesinato de una informadora y el cámara que la asistía ha supuesto un duro impacto para la opinión pública, pero también la apertura de un perturbador interrogante sobre el significado de lo que se desea hacer pasar como lo real y el frustrante deseo de hacer partícipe a la comunidad de cuanto le sucede a uno, desaparecida ya la intimidad, puesto que se la entiende como una voluntad de espectáculo, "un engaño continuado", que diría Schopenhauer.

La voluntad no aspira, como en los fragmentos del pesimista alemán, a representar el mundo, sino que es ella misma la globalidad de lo que ocurre, pero con un añadido propio de los tiempos que corren. Ese aditamento es la exigencia de que la vida del individuo sea el cómputo de las exposiciones a las que se enfrenta en el día a día. Cada uno de los artilugios o dispositivos electrónicos de que se sirve el hombre moderno es, a su vez, una ventana a la realidad exterior y, como tal, puede contemplar impávido lo que llega al terminal o bien, y este es el punto verdaderamente interesante, crear una realidad paralela, en principio compartida con los más cercanos, pero que puede desembocar en una completa distorsión del yo y en la urgencia de la aprobación del entorno inmediato de todo aquello que merece ser publicado o editado en los medios y redes sociales. De este modo, la realidad es apreciada y sentida como un espectáculo en el que los otros, quieran o no, forman parte de la construcción de un mundo ficticio y sometido a las reglas de la audiencia. Esta es la explicación filosófica de lo acontecido con el periodista asesino, harto de la desidia general, que, en contrapartida, promueve la complicidad mediática en la cruel ejecución de su crimen. Pero, no sólo son los enfermos del ego los que padecen esa progresiva espectacularización de lo real, puesto que su presencia es palpable en los ámbitos más impensables.

En el deporte, el espectáculo ya supone una cuota más que importante en su valoración social y económica. Esto es evidente en los deportes de masas, como el fútbol o el baloncesto, y es el principal factor de atracción para los aficionados que quedan maravillados por las acciones de los jugadores tocados por un talento especial en su desempeño. En las artes escénicas, al igual que en los grandes actos musicales, el espectáculo es fiel garantía del éxito, y cuando éste no llega es porque ha faltado el primero. En estas circunstancias, el espectáculo parece el filtro de una realidad que cada vez más se aparta de lo físicamente perceptible; en una palabra, de lo tangible o de aquello que requiera, por esencia o definición, un esfuerzo por parte del observador.

Últimamente, me he visto en la sorpresa de que las clases de Filosofía, aunque el criterio es extensible al resto del currículo, también han de superar el ansia del espectáculo. Los educadores ya no somos los especialistas en esta o aquella materia, sino una especie de cuentacuentos que deben producir contento y satisfacción entre los espectadores. Como en aquella narración del ritual de los indios de la tribu crow de Norteamérica que siempre utilizo para fijar el conocimiento de lo qué es una iniciación a la sociedad adulta y que logra concitar la atención general porque, precisamente, está plagada de hechos truculentos y constituye en sí misma un espectáculo cultural, porque si echo mano de ejemplos menos intensos, el seguimiento cae en picado. Un índice de que el espectáculo está invadiendo el mundo de la enseñanza es la tremenda inversión que se realiza, ejercicio tras ejercicio, en la implantación y difusión de los medios digitales en el aula y, cómo no, en la propia concepción del docente como acompañante, como ahora se dice, en esa tarea de aprendizaje. Ignoro si, en un futuro, los docentes seremos sustituidos por pantallas inteligentes; si el afán de conocimiento y mejora personal será remedado por el "me gusta" de las plataformas digitales; si el pensamiento crítico se tornará en número prefijado de caracteres, pero lo que sí es real es que esto, la realidad, remite a un ideal de espectáculo que, más que acercarnos a lo humano de nuestros sentimientos, nos sitúa en unas conductas impostadas, incluso desleales con el yo, inevitablemente víctima de sí mismo y de su insana impostura.

(*) Doctor en Historia y Profesor de Filosofía

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