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Al azar

Duelo de carismas entre el Papa y Obama

Obama es el primer presidente norteamericano al que le viene pequeño el cargo. El papa Francisco es el primer pontífice que se expresa con el desparpajo de un párroco de aldea. Ambos han tomado la medida a sus semejantes, el duelo de carismas que han protagonizado en Estados Unidos les consagra como las personalidades más atractivas del planeta con algo que decir.

El Papa se presenta ante el Congreso estadounidense con un guiño mordaz, "también yo soy hijo de este gran continente". Se reivindica como inmigrante, con igualdad de derechos por pertenecer al vecindario. Antes de que los Republicanos se repusieran del susto, les remachó que "ninguna religión es inmune al extremismo ideológico, debemos estar atentos a todo fundamentalismo".

Obama confía tanto en sí mismo que deja al Papa correteando a sus anchas por Estados Unidos. El americano ha pasado de ser el Kennedy negro al Kennedy blanco, por citar al primer presidente que pronunció su discurso de toma de posesión sin sombrero. Obama se ha aburrido de un trabajo que considera sobrevalorado. Ha llegado a la Casa Blanca cuando la guerra es un lujo que su país ya no se puede permitir.

Pese a su desidia, Obama torea en la ONU a un Raúl Castro con los ojos entornados y la convicción de que, una docena de presidentes después, Washington ha encontrado al hombre que va a desalojarlos por las buenas. "La apertura y no la coerción sustentarán las reformas y mejorarán la vida que merecen los cubanos". Una inyección de misericordia, la peor ofensa diplomática.

Obama mantiene desde Nueva York la ortodoxia de que "brutales redes de terror han ocupado el vacío" de las tiranías "colapsadas". El Papa replica desde Washington al presidente y a Benedicto XVI, de una tacada relativista. "Hay que resguardarse contra el reduccionismo simplista que solo ve bien y mal, o virtuosos y pecadores. Imitar el odio y la violencia de los tiranos y asesinos es la mejor manera de ocupar su lugar". Un alegato contra secuestros y drones.

El pontífice está tan desmelenado que su enemigo Angelo Scola confirma desde el arzobispado milanés con una negación, "Francisco no es en absoluto un populista". Y para alentar a quienes insisten en que los cardenales cambiaron de Papa para que nada cambie, ahí va la frase cautelosamente suprimida en el discurso ante el Congreso, respecto de la remitida previamente. "Si la política ha de estar al servicio de la persona, se deduce que no puede ser una esclava de la economía y de las finanzas". Amén.

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