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Rubén Reja

Opinión

Rubén Reja

Asedio a la travesía graciosera

Adrenalina en estado puro. Éste es el mejor titular que describe la travesía del Río, brazo de agua que une Lanzarote-La Graciosa, y que es todo un clásico en la agenda deportiva de las Islas. Una prueba que convoca a cientos de poseidones cada año en una de las nadadas más emotivas del circuito regional. La explosión de sensaciones se multiplica a cada brazada en una travesía que supera las dos décadas de existencia y que seguirá sumando ediciones.

La magia sobre el Río volvió esta vez con más intensidad que nunca tras la suspensión por las condiciones del mar del pasado año y que provocó la evacuación de 500 nadadores. Las ganas por vencer a este tramo de agua cercano a los tres kilómetros, sin contar la corriente, se multiplican desde el arranque de la travesía cuando los nadadores se arremolinan en la orilla de la playa de Bajo Risco con los nervios a flor de piel y con ansias por nadar.

El bocinazo de salida inicia el asedio al Río rumbo a Caleta Cebo. El dibujo en ese instante es impresionante. Cientos de gorros se mueven de forma intermitente acompañados por golpeteos incesantes de espuma. El mar abierto y salvaje acoge a los titanes cuyo objetivo es volver a pisar tierra firme donde espera la recompensa del esfuerzo. Mientras, en el cielo, los helicópteros del Servicio Aéreo de Rescate (SAR), fiel a la cita, son testigos de excepción de esta fantasía marítima. La bocana del puerto de La Graciosa, tan lejos y tan cerca, es la puerta de entrada para la gloria.

No se trata de ser el primero, sino de finalizar el reto: vencer al Río. Este año sí se doblegó a la maldita boya 7 que en otras ediciones era un bastión infranqueable. No obstante, acotar la cifra de participantes sería lo más adecuado de cara al futuro.

Acierto, sin embargo, de la organización en adelantar la prueba media hora y así evitar el cambio de marea y las temibles corrientes. La conquista de la meta es, sin duda, el momento álgido del espectáculo sobre el mar.

Un botín que entre sus muchos tesoros están las reconfortantes manos de los fisios del Colegio Oficial de Fisioterapeutas de Canarias y el cariño del pueblo graciosero, que abriga con sus cálidos aplausos a cada participante a la llegada. Este dulce éxtasis se eterniza hasta que el último de los participantes, alentado por un público entregado, supera la prueba y esboza emocionado una amplia sonrisa, que entremezcla agradecimiento, satisfacción y fatiga.

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