La Provincia - Diario de Las Palmas

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Don Otto Kraus

Con mucha frecuencia ocurre que, cuando enmiendas un recuerdo equivocado, se encadenan otros recuerdos que se te habían pasado desapercibidos en la misma narración la vez anterior. Eso me ha sucedido ahora, cuando los herederos de don Gustavo Navarro Nieto me han puntualizado que don Matías Vega Guerra no le compró los derechos de propiedad del periódico LA PROVINCIA en 1953 a Doña María del Carmen Jáimez Medina, viuda de don Gustavo, como yo afirmaba en este mismo medio hace unos pocos días, sino que le propuso una asociación mercantil para crear conjuntamente con el Diario de Las Palmas la editorial Prensa Canaria que reeditaría después con toda solemnidad el prestigioso periódico LA PROVINCIA. Fue, ya en la década de los 70 cuando vendieron la totalidad de su participación en Prensa Canaria a Don Javier Moll, fundador de la actual Prensa Ibérica.

Al llevar a cabo esta rectificación que hago encantado se me ha rememorado, como anticipaba en mis primeras líneas, otros recuerdos que ahora materializo en la figura de don Otto Kraus, gerente y administrador que fue de LA PROVINCIA antes de integrarse en la operación diseñada por don Matías Vega Guerra.

Conocí a don Otto, sin tratarle, en los años 40 del pasado siglo, siendo muy joven, porque era el padre de mis entrañables amigos, Paco, Alfredo y Carmen de mi misma generación, vecinos del mismo barrio, ellos en la Calle Canalejas, yo en la limítrofe Calle de Rabadán. Sin embargo, a Doña Josefa Trujillo la madre de mis queridos amigos, sí la traté mucho, primero cuando yo era un niño como tal y después ya de mayor, pues era una señora encantadora con unos llamativos y extraños ojos como estrellados que heredó su hija Carmen. También de ella, heredaron sus tres hijos las extraordinarios dotes de cantantes que tenía, que llevaron a Alfredo a la fama universal, y a Paco, que de joven era la voz preferida de todos los amigos y a Carmen, con una hermosa voz de contralto muy poco frecuente, a ser muy queridos y admirados en el ámbito local. Fueron siempre sus parientes los Trujillo, en particular los Trujillo Perdomo, quienes defendían sus genes de buenos cantantes y que afirmaban que sus primos, los Kraus Trujillo, habían heredado.

Don Otto imprimía más respeto, por eso de que era austriaco y de niños pensábamos que como no hablaba español, no había forma de entenderse con él.

No me resisto a contar la anécdota, según algunas personas, de mi parecido físico con los Kraus, que en los primeros casos me cogieron por sorpresa pero que a la larga, terminé resignándome.

Recuerdo, con regocijo, en Arinaga cuando Porfirio Artiles me presentó a cuatro amigos campesinos de Agüimes, como si fuera Alfredo Kraus., o cruzando Juan XXIII desde un coche en marcha me gritaron ¡Adiós Paco Kraus! para rectificar inmediatamente y decir ¡ c? es don Juan Marrero! O dándome el pésame en la Iglesia del Corazón de María, por el fallecimiento de mi hermano Alfredo. Y la más sorprendente. Mientras me maquillaban en los estudios de TVE en la Plazoleta de Milton, me comentaron: Don Alfredo, no sabía que estuviera usted hoy en Las Palmas.

Las relaciones entre Don Gustavo Navarro, fundador y propietario de LA PROVINCIA y Don Otto, su gerente, fueron siempre muy buenas. Don Otto y su familia vivieron en la Calle Colón, enfrente de los talleres y oficinas del periódico, y de la vivienda del propio don Gustavo que estaban en lo que hoy es la Casa de Colon, entonces propiedad de su esposa Doña María del Carmen Jáimez Medina. Sin embargo, en 1927, cuando nació Alfredo estaban viviendo transitoriamente, en un apartamento que don Gustavo tenía en la azotea y que le había cedido mientras duraran unas obras que estaban haciendo en su casa. Junto a ese apartamento tenía don Gustavo una emisora de radio que conectaba directamente con Madrid y que le facilitaba las noticias para su periódico, novedad y ventaja que disfrutó durante algún tiempo sobre el resto de la prensa del Archipiélago.

Sorprendentemente, se produjo una ruptura inesperada entre don Gustavo y don Otto. El hecho, que me narró Miguel Curbelo, nieto de Don Gustavo, merece ser contado.

Don Gustavo le había pedido a don Otto, que por lo visto estaba muy bien relacionado con los empresarios de Las Palmas, que le buscara un puesto de trabajo para alguno de sus hijos. Como don Otto se demoraba, un día Don Gustavo se lo preguntó en términos imperiosos, a lo que Don Otto le contestó. "Don Gustavo, conseguir ahora un puesto de trabajo está muy difícil, como no sea el mío..." A lo que Don Gustavo le contestó fulminantemente: "Muchas gracias por la idea, don Otto, queda usted despedido".

Sin embargo, su alejamiento de LA PROVINCIA no fue definitivo. Un tiempo después volvió a su administración.

Lo que fue paradójico (en una guerra civil todo es paradójico) fue el cierre de LA PROVINCIA por el entonces gobernador civil de Las Palmas, en 1939, cuando ya había fallecido Don Gustavo en Valladolid en 1938, en donde había sido destinado como ayudante del general Martínez Anido exministro de Franco. Don Gustavo era militar de carrera de la que se retiró como coronel.

Estaba en estado de excedencia cuando se produjo el alzamiento militar pero se reincorporó a su cargo en aquellas mismas fechas. Fue paradójico e irracional que le cerraran el periódico, que era el medio de vida de su familia, a quien era un adicto indiscutible como militar al nuevo orden político.

Doña María del Carmen, viuda de Don Gustavo, luchó lo indecible para que le autorizaran la apertura de LA PROVINCIA con frecuentes viajes a Madrid, durante un largo año, hasta que al final lo consiguió. Pero eran momentos muy difíciles para la economía empresarial sostenedora en definitiva del periódico que, por ende, sufría las consecuencias.

Ante tales agobios, Doña María solicitó del defenestrado gerente que le ayudara a salir del embrollo. Don Otto con un gesto que lo honró, se incorporó de nuevo a la administración, y con sus numerosas relaciones, contribuyó a que LA PROVINCIA siguiera adelante.

Por lo que he dicho, la viuda de don Gustavo era una mujer de carácter que luchó con denuedo para la supervivencia del periódico en donde impuso una rígida disciplina.

La llamaban sus empleados Doña María la Brava. Lo dejó claro desde el primer día, cuando reemplazó a su fallecido marido diciendo: "¡Ahora la que manda soy yo!"

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