La Provincia - Diario de Las Palmas

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Opinión

La plaga bienvenida

Cincuenta años han pasado desde la introducción de la ardilla moruna en Fuerteventura, tiempo suficiente para que este roedor originario del noreste africano se haya integrado en los ecosistemas majoreros perturbando su equilibrio natural. Tal ha sido la adaptación de este mamífero a la isla que ya en 2008 se estimaba que su población podría rondar el millón de individuos. El escaso conocimiento que se tiene de la especie ha propiciado que el impacto real de este roedor haya pasado desapercibido, algo que se ha visto reforzado por su apariencia inofensiva; nada más lejos de la realidad.

La ardilla moruna compite por el territorio y los recursos con todo tipo de animales, tanto endémicos -lagartos y musarañas- como introducidos de gran importancia para el hombre -la cabra y el conejo-. Por otra parte, también depreda sobre los nidos de aves esteparias protegidas, como son el camachuelo trompetero, el alcaraván, la terrera marismeña y la tarabilla canaria, además de alimentarse de plantas y caracoles, muchos de ellos únicos en el mundo.

No obstante, las repercusiones de la introducción de este roedor no se circunscriben al ámbito ambiental. Y es que la ardilla moruna es la responsable de daños y pérdidas en el sector agrícola majorero, bien por alimentarse de los cultivos, bien por deteriorar los muros de piedra que tradicionalmente rodean a dichas parcelas agrícolas. Finalmente, estos curiosos animales que tanto llaman la atención a turistas son portadores de virus, bacterias y protozoos altamente patógenos, por lo que actúan como vectores de enfermedades que afectan al ser humano (queratitis amebiana, encefalitis granulomatosa amebiana, tifus murino, leishmaniasis, leptospirosis, toxoplasmosis, hepatozoonosis o rabia), pudiendo causar algunas de ellas la muerte.

A pesar de todo ello, el impacto que ha supuesto -y que aún podría suponer- la llegada de la ardilla moruna a Fuerteventura contrasta con la escasa respuesta que ha generado en las autoridades públicas de la isla. La información destinada a concienciar a la población sobre la especie y las nefastas repercusiones que está suponiendo para el medioambiente, la economía y la salud pública majorera brilla por su ausencia. Se echan en falta, entre otras cosas, más carteles en lugares de gran afluencia que informen a locales y turistas, desaconsejando y advirtiendo del peligro que supone alimentar a estos animales.

En este sentido, es vital que el Cabildo lidere una estrategia de sensibilización ambiental sobre la ardilla moruna, implicando a Ayuntamientos y organizaciones ciudadanas, con un objetivo muy claro: dar a conocer el carácter invasor y dañino de este mamífero introducido, evitando que se favorezca su proliferación en Fuerteventura y que se produzca su traslado a otras islas hasta ahora libres de esta plaga disfrazada de peluche.

Lamentablemente, la ardilla moruna es solo una más en la larga lista de especies exóticas invasoras que, con ayuda imprescindible de nuestra especie, están causando estragos alrededor del todo el globo. Este impacto se hace especialmente patente en islas oceánicas como son las Islas Canarias, ya que sus ecosistemas -caracterizados por sus reducidas poblaciones- han evolucionado durante millones de años sin este tipo de alteraciones. A esto hay que sumarle que, una vez se produce la arribada de los invasores, la lucha contra este tipo de especies se convierte en una odisea, donde la erradicación es una utopía y se gastan enormes cantidades de dinero público; se calcula que anualmente las especies exóticas invasoras cuestan a la UE un total de 12.000 millones de euros, es decir, un presupuesto equivalente al 1,1% del PIB de nuestro país en el año 2014. De ahí la necesidad de invertir en prevención.

Está sobradamente demostrado que a corto, medio y largo plazo la educación ambiental es el arma más efectiva, económica y potente frente a las numerosas amenazas que asolan la biodiversidad mundial. Debemos recordar que nuestras islas -junto a Cabo Verde, Madeira y Azores- ocupan un lugar privilegiado a nivel internacional debido a la riqueza y singularidad de su flora y fauna autóctona, pero también debido a la fragilidad de dicha biodiversidad. Una diversidad que constituye un valor incalculable y cuyo futuro depende enteramente de nosotros.

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