No cabe duda de que la vida es un juego y en ello hay que saber perder o ganar, enfrentándonos con valor, sin andar de puntillas y poniendo todas las fuerzas en respirar profundamente aceptando, sobre todo, lo agrio que nos depare el vivir. Este verano he tenido la ocasión, triste ocasión, de contemplar rostros de hombres mayores y extranjeros que aún no han perdido el atontamiento de la anestesia (esta vez mi mirada iba hacia ellos y sólo de ellos hablaré), absolutamente diferentes a lo que seguramente fueron, debido a la cirugía estética y que me ha hecho observarlos con curiosidad bien disimulada, pues cometer tal imprudencia de fingimiento a sus ojos y que lo noten tiene poco de indulgencia para quienes cometieron sus desaguisados estéticos.

Vi en la faz y en la mirada de cada uno de ellos el miedo a sentir y ver que estaban envejeciendo, que comenzaban su auténtico declive y que ya el ocaso de sus vidas era una pendiente irremediablemente descendente. Vi que sus cabellos blanqueados de canas unos y de un tinte notablemente mal enmascarado otros les gritaban que así son las jugadas del destino y que cuando suena la campanada final hay que ponerle remedio o morir. Vi que detrás de aquellos rostros, irreconocibles, seguramente se escondían personas estupendas, de gran sensibilidad y equilibradas que, en un débil como asustado momento, sintieron que ya se les disparaba la vida en un corto y breve futuro, y que su horizonte oscuro y poco apetecible les determinó a hacerles frente con la ayuda de un bisturí. Vi que para ellos la estética representaba el aire fresco de la juventud perdida y que urgentemente la necesitaban de nuevo en sus vidas? y recordé un pensamiento de William Shakespeare, "el destino es el que juega las cartas, pero nosotros somos los que jugamos".

Así es que con buen juicio y una meditada reflexión me dije que quién soy yo para censurar y meterme en algo que a ellos les proporciona felicidad y el placer de sentirse satisfechos. Y sentí, con descanso, que fracasé en mi intento de darme una respuesta que nadie me había pedido. Que tengan un buen día.

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