La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

Camino a Sodoma

Los mercaderes de la muerte pensaban que nunca pasaría. Los que comercian con alimentos y armas estaban convencidos de que en el Tercer Mundo seguirían matándose entre ellos, pero resulta que allí habitan personas pacíficas, familias con hijos que viven bajo la especulación de una comunidad internacional que las explota sin escrúpulos.

Han aguantado hasta más allá de lo imaginable, pero han acabado rompiendo las fronteras, saltando alambradas, remando en balsas y pateras y abandonándolo todo para unirse en una marcha multiétnica y multicultural hasta llegar a los países explotadores en una carrera desesperada por la supervivencia.

Ya es imparable, porque no se puede continuar en un lugar donde te lo han quitado todo, desde la libertad hasta el sustento. Los refugiados vienen para quedarse, y tendremos que acostumbrarnos a compartir con ellos espacio y alimentos. Tampoco podremos imponerles nada por la fuerza y habrá que esperar a que se vayan integrando en nuestra sociedad, pero también nosotros tendremos que aceptar ser parte de la suya. Somos nosotros los que les hemos llevado hasta este extremo, ellos no tienen la culpa.

Si en lugar de dedicarnos a saquearles hubiésemos colaborado a su desarrollo, esto nunca hubiera sucedido. Perdimos la oportunidad de colaborar y ahora lo estamos pagando.

Podíamos haberles iniciado en nuestras libertades y democracia respetando sus costumbres y no tratando de imponerles las nuestras, pero elegimos pan para hoy y hambre para mañana y ahora resulta que nos han traído su hambre con ellos, y la tenemos que compartir para que ellos sean menos pobres y nosotros menos ricos. Precisamente ahora que es cuando más necesitados andamos. Tendremos que acostumbrarnos a un PIB global porque del hambre y la opulencia vamos a tener que participar todos.

Si los medios con los que contamos en el planeta estuvieran bien repartidos, habría para todos, pero parece que hemos preferido repartirlos entre unos pocos y que los demás estén a su servicio. Pero llegó la gota que colma el vaso y ya esto es imparable. Riadas de refugiados se amontonan en las fronteras de Europa y nada ni nadie será capaz de detenerlos. Nos acostumbraremos a ver a hombres, mujeres y niños morir de hambre y de frío detrás de las alambradas. Pero, al final, nada podrán hacer los xenófobos para que el mundo no vuelva a ser de todos y las fronteras simples anécdotas del pasado que la realidad y la necesidad se encargarán de borrar.

Habría que sugerirle a Naciones Unidas que, para equilibrar la superpoblación que se avecina en Europa, estudie la conveniencia de que colonos europeos se establezcan en los territorios árabes y subsaharianos abandonados, para crear nuevas estructuras urbanas y propiciar el desarrollo de estas zonas que, de paso, servirán para desahogar las nuestras.

Todos los caminos llevan a esta nueva Sodoma, Gregorio, que, de seguir así, también acabaremos pegándole fuego.

Un abrazo y hasta el martes que viene.

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