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Reflexión

La izquierda y la enseñanza

Este es un artículo que había que escribir y lo de menos es quién lo haga. Es una catarsis que, como sociedad, hemos de afrontar. Y, en mi caso, como profesional del medio educativo, algo ineludible. Desde hace décadas, la enseñanza siempre ha estado asociada a los grupos de izquierda, que han encontrado en ella su espacio natural, casi diríase que definitorio. Y, sin embargo, el mayor fracaso político de la España democrática ha sido la educación porque, como nación, como proyecto común de progreso social, nadie ha podido remontar los bajos niveles de instrucción de las jóvenes generaciones que habitan las aulas de los centros educativos. Esta es la razón de tantas leyes en el sector y tan pésimos resultados. No voy a entrar a valorar los cuerpos legislativos -cosa que ya he hecho en anteriores columnas-, sino las ideas que los animan, los planteamientos de partida que se suponen vertebran y articulan el modelo de educación.

Hace cinco años, moría de una cruel enfermedad el historiador Tony Judt. Un convencido izquierdista y, además, un fino analista de la realidad presente. Sus memorias, El refugio de la memoria (2010), son un repaso a su biografía personal, pero también un certero aviso a la izquierda desbocada, obsesiva en sus demandas y ciega ante los errores. Recordaba su periodo de formación en las Grammar schools, unas escuelas públicas selectivas de la década de los 50 del siglo pasado que, a él, dotado de talento y ambición, le sirvieron para poder ascender en la escala social y graduarse con méritos. Repudiaba lo que el izquierdismo laborista había hecho con la educación en su país y reconocía que los ideales de igualdad habían claudicado con un sistema no muy diferente al hispano, ya que, en cierta manera, proceden de la misma inspiración. Incluso, en su obra póstuma, Cuando los hechos cambian (2015), expone abiertamente una gran verdad: "Es la derecha la que ha heredado el ambicioso impulso modernista de destruir e innovar en nombre de un proyecto universal". Sus dardos iban dirigidos a la "escuela comprensiva", ese engendro que ha derivado en desventura institucional y miseria intelectual. Fue muy criticado desde las filas socialistas, tanto en el interior del Reino Unido como fuera de él, pero el mensaje sigue intacto en su totalidad.

Por desgracia, esa izquierda miope, falta de razones, persiste en el error y niega una alternativa. En un reciente artículo en The Guardian, Suzanne Moore, conocida activista del movimiento izquierdista británico -llegó a colaborar en Marxism today-, insiste en que la "política educativa será más primitiva" con los cambios a introducir por el gobierno conservador de Cameron. Según su parecer, habrá "más exámenes", lo que provocará "más uniformidad". Lo que no se para a pensar es que el modelo de la comprensividad, el de la "escuela inclusiva", sí que ha uniformado a la juventud en los últimos lustros. Ha generado esa uniformidad a la que tanto critica, y ha perfilado una imagen de los egresados de las aulas en la que la mediocridad de los valores sólo es comparable a la ignorancia de los conocimientos que se les debería suponer. Un auténtico dislate.

La izquierda sigue anclada en unos posicionamientos decimonónicos, en unas estructuras que están muy lejos de la realidad social y política de nuestro tiempo. Rechazan que el mérito y el esfuerzo sean elementos diferenciadores entre las individualidades, sacrificando el talento en aras a una igualdad mal entendida. La utopía embarra su inteligencia y, en la peor de las contradicciones, impide al hijo del obrero destacar en aquello de lo que ha dotado la naturaleza, sus habilidades y destrezas para conseguir la excelencia. Nunca lo he creído, pero se ha dicho que la izquierda como ideología necesita de la existencia material de la pobreza y la marginación para cumplir sus ideales, ¿necesitará también promover la ignorancia en la sociedad para realizar sus ambiciones en el juego político? ¿Es por eso la insistencia en un modelo que se ha demostrado que genera mediocridad y paternalismo entre los más jóvenes?

Mi padre era analfabeto, no conocía ni siquiera las primeras letras y firmaba con un garabato incomprensible, pero una cosa tenía clara: el valor de la educación como garante del progreso de la persona. Nos inculcó que, a falta de posibles, sólo el esfuerzo te hace llegar a lo más alto; que si se quería ser algo, había que luchar denodadamente por ello. Esta fue la lección de un trabajador noble, la lección que hace mucho tiempo ya ha dejado de atender la izquierda que supuestamente le representaba.

(*) Doctor en Historia y profesor de Filosofía

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