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Crónicas galantes

Portugal vota melancolía

Con algo de resignación teñida de melancolía, los portugueses han vuelto a votar mayormente al partido conservador que durante los últimos cuatro años los sometió a una severísima cura de caballo. Tampoco es que tuviesen mucho entre lo que elegir.

La probable reelección de Pedro Passos Coelho como primer ministro suscita, aun así, algunas perplejidades. El vencedor en las elecciones del domingo es el gobernante que rebajó las pensiones y suprimió pagas extras a jubilados y funcionarios; además de aumentar en media hora la jornada de trabajo y poner por las nubes del 23 por ciento el tipo de IVA a pagar por los contribuyentes.

Todas estas medidas de orden disciplinario parecían garantizar la derrota del Gobierno que tan temerariamente las adoptó; pero qué va. Los portugueses le han dado a Passos Coelho una mayoría que, aun no siendo absoluta, resulta lo bastante sólida como para que vuelva a infligirles otra tanda de latigazos desde la jefatura del Consejo de Ministros.

No se trata de que nuestros amables vecinos de ahí al lado sean masoquistas, como es na-tural. En realidad se han limita-do a convalidar, resignadamente, la política adoptada por la Unión Europea, el BCE y el FMI, es decir: la santísima trinidad que gobierna Portugal desde que de-claró intervenido el país en mayo de 2011. Desde aquella fecha, el Gobierno portugués -cualquiera que sea- no hace otra cosa que ejecutar por delegación las decisiones que toman sus acreedores: ya sea en Bruselas, ya en Berlín.

La pérdida de soberanía sobre las propias finanzas era el precio a pagar por los 78.000 millones de euros del rescate que el entonces primer ministro socialista José Sócrates solicitó para vadear la quiebra del país. Fácil es deducir que, una vez despojado el Gobierno de ese elemental poder, las elecciones pasan a ser un mero trámite administrativo sin particulares consecuencias.

Quizá los ciudadanos portugueses llegasen a la conclusión de que, dadas las circunstancias, tanto daba votar a Juan como a Perillán. Ninguno de los posibles ganadores podría salirse del guion marcado por la troika y, en la duda, los electores se inclinaron por el partido que acaso aplique las medidas con mayor convicción ideológica. En este como en cualquier otro ajuste de cuentas, lo adecuado es recurrir a los profesionales.

Meses atrás quedó empíricamente demostrado en Grecia que incluso un gobierno de extrema izquierda como el de Alexis Tsipras acaba por plegarse a los mandatos de sus acreedores. Tras echarle innumerables pulsos a la troika, poner en escena a Varufakis y convocar incluso un referéndum, el líder de la Coalición de Izquierda Radical (o Syriza) aceptó siete tazas del caldo que se negaba a tomar. Y lo más asombroso es que, a pesar de tan extremado cambio de principios, volvió a ganar las elecciones. Igual que ahora lo ha hecho el conservador Passos Coelho en Portugal.

Todo esto induce a la melancolía, que es el estado de ánimo al que según Ortega conducen los esfuerzos inútiles. Si los gobiernos nacionales ya no mandan, como parecería lógico, en la nación, fácilmente se entenderá el conformismo de nuestros amigos portugueses. Convencidos tal vez de que su destino no se decide en las urnas, sino en Berlín, se limitaron a cubrir el trámite de la votación. Salga el que salga, el resultado va a ser el mismo.

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