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Opinión

'Homo sovieticus'

Para decirlo mal y pronto: la escritora y periodista rusa Svetlana Alexievich es una crack. No obstante, la flamante ganadora del Premio Nobel de Literatura de 2015 no lo ha tenido fácil para poder llegar a imponer su obra, de la que en España sólo se ha publicado Voces de Chernóbil: crónica del futuro (DeBolsillo). Toda su carrera literaria está jalonada por las trabas que le ha ido poniendo el gobierno bielorruso desde que en 1985 publicó U wojny ne zenskoje lizo (La guerra no tiene rostro de mujer), donde abordó el tema de las mujeres rusas que participaron en la Segunda Guerra Mundial. Según Robert Porter, autor de Russia's Alternative Prose, bajo "el régimen soviético las mujeres tuvieron lo peor de ambos mundos: se las liberó para que hicieran el trabajo de un hombre, y sin embargo permanecieron encasilladas en el punto de vista extremadamente conservador del hombre ruso, quien las veía sólo como amas de casa y como madres".

La concesión del premio Nobel de Literatura a Svetlana Alexievich, que partía como favorita por delante de la novelista americana Joyce Carol Oates, no sólo viene a reconocer su trayectoria excepcional y su esfuerzo por recoger las voces de los más desfavorecidos, las víctimas políticas de los gobiernos totalitarios, sino también el de otras compatriotas igualmente esforzadas como la periodista Anna Politkovskaya, autora de Diario ruso y La Rusia de Putin, asesinada en Moscú el 7 de octubre de 2006, cuando preparaba un artículo sobre las torturas sistemáticas en Chechenia. Y es que en Rusia, todavía hoy, las dictaduras y la literatura auténtica son incompatibles, como lo eran en la Rusia de Stalin o la Alemania de Hitler.

Decía Wislawa Szymborska, premio Nobel de Literatura de 1996, que "todo memoralista deja en su obra, de mejor o peor manera, dibujos de las personas que conoció y dos autorretratos. El primero, pintado deliberadamente; el segundo, sin planear, involuntario". En Voces en Chernóbil: crónica del futuro, un libro de una sobriedad y una calidez infinitas, Svetlana Alexievich dibuja los rostros y voces de los supervivientes del accidente nuclear y un autorretrato; el de una escritora que refleja lo que piensa y lo que siente, logrando combinar el absoluto del horror con las complejidades de "una nueva realidad que existe pero que aún no se ha comprendido", como dice la propia autora.

Ningún otro libro explica mejor el complejo destino de ser "homo sovieticus" (léase bielorruso, ucraniano, turcomano, armenio, lituano, azerbaiyano, moldavo) al final de la civilización soviética.

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