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Crónicas galantes

Diocleciano en Cataluña

Cuatro presidentes ejercerán el poder a coro en Cataluña si triunfa la propuesta del partido que tiene en su mano -o en sus escaños- la elección del nuevo jefe del Gobierno autónomo. La idea parece una genialidad de Salvador Dalí, aquel maestro del surrealismo, pero en realidad la ha formulado Anna Gabriel, la número dos de la Candidatura de Unidad Popular (CUP) que en estos momentos corta el bacalao. Un buen político ha de tener siempre un problema para cada solución, ya se sabe.

No faltan precedentes históricos que avalen esta fórmula. El Imperio Romano, que tanto ha hecho por nosotros, ya había inventado en sus estertores un gobierno a cuatro cabezas y ocho manos como el que ahora propone la CUP. Fue el emperador Diocleciano quien instauró este método, consistente en que dos augustos y dos césares se sucediesen en el ejercicio del mando por riguroso turno.

Los anticapitalistas de Barcelona han mejorado el sistema con un reparto equitativo del poder que permitirá gobernar de manera simultánea a los cuatro presidentes. Será una tetrarquía más igualitaria que la ideada por Diocleciano cuando al imperio se le estaban acabando las pilas y los bárbaros asomaban ya el entrecejo por las abatidas puertas de Roma. Nada que ver, naturalmente, con la actual situación de Cataluña ni aun la de Europa.

La nueva tetrarquía catalana que nos remite a las agonías del imperio (romano, por supuesto) resulta tan llamativa como el partido que la propone. Se trata, como su propio nombre indica, de una Candidatura de Unidad Popular cuyo propósito es acabar con el capitalismo, independizar a los Países Catalanes, sacarlos de la Unión Europea, nacionalizar la banca y dejar de pagar las deudas contraídas. Algo así como una versión autóctona de Podemos, antes de que el partido de Iglesias se pasara con armas y bagajes a la socialdemocracia.

Habrá quien encuentre algo extremado este programa, pero de la CUP depende nada menos que la elección -o no- de Artur Mas como presidente de la Generalitat de Catalunya. Los anticapitalistas se resisten a darle su voto y tal vez por eso hayan recurrido a la original fórmula de los cuatro presidentes, entre los que podría estar, eso sí, el cuarteado Mas.

La solución parece hasta lógica dentro del dislate en que se ha convertido la política catalana. Mas es, a fin de cuentas, el líder de un partido que representa a las clases medias de Cataluña. Un liberal tirando a conservador que podría militar perfectamente en el PP y que, de hecho, aplicó las mismas medidas de ajuste que Rajoy durante el poco tiempo que dedicó a gobernar, antes de aplicarse full time a la causa de la independencia. No sería razonable que lo reeligiese, con sus decisivos votos, un partido situado exactamente en sus antípodas ideológicas.

Todo esto suena un poco raro, pero en realidad parecía inevitable. Una vez que los partidos sacrifican sus ideas y los intereses de sus votantes en el altar de la patria, cualquier cosa puede suceder. Revolcados en un merengue, como en el tango de Discépolo, los partidos de derecha, izquierda y extrema izquierda unidos por la causa nacional han de aceptar lo que pueda pasarles.

Por ejemplo, que el plebiscito de las elecciones autonómicas haya devuelto a Cataluña a los tiempos de la tetrarquía de Diocleciano. Ni la fértil imaginación de Dalí daría para tanto.

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