El nuevo consejero cultural del Cabildo de Gran Canaria ha anunciado dos resoluciones cargadas de futuro: no renovar los contratos del director titular y artístico de la Orquesta Filarmónica de Gran Canaria ni del director de los espacios que hoy conforman el Centro Atlántico de Arte Moderno (CAAM). Al menos en apariencia, estamos ante un propósito de cambio que se hacía inaplazable y no llegó a consumar la anterior gestión corporativa, pese a su bien probada energía frente a los problemas de la cultura y dinamismo en las decisiones de mejora.

El maestro Halffter cesará a mediados de 2016, tras completar doce temporadas sucesivas al frente de la Orquesta. Un tiempo más que suficiente para el desgaste de la autoridad artística y organizativa, la emergencia de dejaciones y abusos, o el cansancio en la reciprocidad del compromiso artístico. Ocurre en los mejores colectivos del mundo cuando los años de pleno rendimiento son sobrepasados a despecho de las primeras turbulencias.

En cuanto al CAAM, es evidente que el último director, Omar-Pascual Castillo, se ha desviado durante cinco años del proyecto fundacional de Martín Chirino, que era y es el deseado por el Cabildo y la gran mayoría de la sociedad cultural de la Isla: la visión tricontinental del arte contemporáneo, que atañe a Canarias por su posición geográfica y tradiciones culturales, además de ser el distintivo diferencial que mejor proyecta su diferencia en el contexto mundial.

No se busque en estas afirmaciones intención peyorativa contra las personas. Halffter ha sido un magnífico director de la OFGC, entusiasta en la renovación del repertorio y cálidamente estimado por el público a lo largo de numerosas temporadas. Castillo ha querido incorporar al CAAM propuestas de lenguajes y formas de vanguardia con muy desigual valor, desde las prestigiosas hasta las anodinas que no merecen ni el coste de los carísimos catálogos editados. El mayor problema es que distanciaron el Centro del interés ciudadano por no responder a un proyecto ni presentar un relato tan poderoso e identitario -en el mejor sentido- como el tricontinental.

Ambos directores, Halffter y Castillo, parecen haber agotado su aportación a la cultura de la Isla, que no es cuestionar su capacidad de crecimiento en otras latitudes. Los presupuestos de la Orquesta, cuantiosos y preservados en tiempo de crisis, merecen, entre otras cosas, contraprestaciones de absoluta exigencia en la programación de la temporada de abono, menos rutina repetitiva en la contratación de maestros invitados, apertura a las jóvenes batutas canarias y peninsulares y, sobre todo, una presencia insular mucho más plural en ideas y territorios, además de estabilizada en la pauta anual de trabajo con la misma anticipación que la serie de abono.

El desértico CAAM merece a su vez recuperar las grandes afluencias y el clima de acontecimiento que tuvieron sus propuestas durante los memorables doce años de dirección del fundador, Martín Chirino. Después de ellos ha dado bandazos de toda especie, con directores como aves de paso que no cuajaban nada durable por encima de su transitoriedad personal. Una estadística veraz de asistencia sería desoladora.

Ha llegado el momento de un cambio muy esperado por las audiencias de la Orquesta -fidelísimas, aunque progresivamente desencantadas- y los ciudadanos que antaño llenaban las salas del Centro Atlántico y quedarían perplejos si contabilizas en los años pasados desde su última visita. En música y en plástica son los pilares centrales de la estructura cultural de Gran Canaria y fueron admirable vanguardia en la penetración nacional e internacional del nombre de la Isla, más allá del sol y las playas. Nos cuestan mucho dinero y lo menos que podemos esperar es que nos den satisfacciones íntimas y prestigio exterior.

La Orquesta no hace sus giras ni graba sus discos a instancias de los países de destino y los sellos discográficos, sino comprándolos a precios de oro que paga el Cabildo; es decir, los ciudadanos de la Isla. Y muchos de los artistas que consiguen de su presencia en el CAAM catálogos de lujo para su promoción en otras tierras, no llegarían al portfolio en el circuito de las galerías. Habría muchísimo que criticar si no mediaran los esperanzadores ceses de contrato anunciados por Carlos Ruiz, consejero de Cultura de la corporación insular.

Para mirar al futuro con esperanza es obligado conocer el proyecto de sucesión en las respectivas direcciones. Se alude al concurso público, que puede ser eficaz a determinados niveles y en concretas funciones. Pero también entraña el riesgo de ser reclamo de mediocres, pues los mejores trabajan en circuitos consolidados y pueden elegir sin necesidad de concursar. Lo que importa es que nos elijan profesionales capaces y creativos. Para ello, no hay mejor procedimiento que conocerlos, hablar, debatir el proyecto que desea el Cabildo, prefijar la dedicación con exactitud y dar el paso sin caer en la zanja, pues un especialista bien situado no admite contratos a prueba. En el caso de la Orquesta, pasar una o dos temporadas contratando invitados para elegir finalmente entre ellos, entraña riesgos. El primero es equivocarse con el resultado de uno o dos programas; el segundo, valorar en los atriles las virtudes de carácter y bonhomía por encima de las artísticas; y el tercero, cargar con alguien que solo nos vea como un paso más en su carrera, sin propósito de involucrarse a fondo y originando un deterioro de la calidad como el que se aprecia en una orquesta muy próxima, que fue excelente pero se equivocó con el sistema de rotación y no sabe cómo deshacerse del elegido.

En el caso del CAAM no se plantean rotaciones, pero será fundamental que el candidato o candidatos demuestren con su historial y su discurso un pensamiento tricontinental que no se convierta en la práctica en intereses eurocéntricos, ni en africanismos o americanismos excluyentes, con olor a "cosa nostra".

El momento, en definitiva, es importante por la decisión del relevo, y también la promesa de activar los resortes movilizadores del enorme potencial creativo y de imagen que contienen las grandes instituciones culturales de Gran Canaria. No menos por el ejemplo para otras instituciones que siguen amparado con desorbitados emolumentos a gestores enchufados que hacen política de tierra quemada de los espacios emblemáticos de la capital de la Isla sin acreditar los mínimos de conocimiento y sensibilidad cultural.