A mediados de la década de 1980, Marlys Witte, una profesora de Cirugía de la Universidad de Arizona en EE UU propuso dar un curso titulado Introducción a la ignorancia médica y otros tipos de ignorancia. Ante la incomodidad de algunos profesores de la Universidad por esa idea, decidió cambiar el título del curso pero no se inmutó. La Dra. Witte creía que los profesores en general no dicen la verdad sobre lo mucho que desconocemos de casi cualquier tema. Si no decimos cuánto se desconoce, ¿cómo justificamos ante la sociedad la necesidad de investigar? Por ejemplo, los libros de texto dedican 8 o 10 páginas sobre cáncer pancreático sin decir a los estudiantes que en realidad no sabemos mucho sobre esa enfermedad. Lo que ella pretendía con su curso es que los estudiantes reconocieran los límites del conocimiento y que apreciaran que las preguntas merecen tanta atención como las respuestas. La Asociación Médica Americana acreditó y financió el curso.

Yo he asistido a cursos parecidos y con títulos raros de los que he aprendido mucho, impartidos por gente brillante y enriquecidos por la interacción de los pocos alumnos que siempre hemos sido en ese tipo de charlas. Recuerdo tres de esos mini-cursos que me han impactado a lo largo de mi vida como investigador: Prohibido Investigar (en Toronto), Destrucción Creativa (en Boston), Malicia en el País de las Maravillas (en Glasgow). Cada uno de ellos me inspiró a su vez para investigar o para dar charlas en varios hospitales. En universidades e instituciones científicas de Norteamérica se organizan continuamente charlas y seminarios en los que se da importancia a la incertidumbre como forma de fomentar la curiosidad, en oposición a la visión deformada del conocimiento que tienen muchos profesores y especialistas que lo ven todo claro. Fue el caso del neurocientífico Stuart Firestein de la Universidad de Columbia en EE UU quien en 2006 decidió organizar un curso sobre ignorancia científica después de notar con horror que muchos de sus alumnos creían que ya sabíamos casi todo sobre el cerebro.

No exagero cuando digo que más de la mitad de las instituciones académicas y científicas españolas viven en un estado de perpetua ignorancia científica, no como fruto de cursos para fomentar la creación de nuevos conocimientos a través de la investigación científica sino como resultado del mal gobierno de los campus universitarios y de la ignominia de muchos políticos que nos han gobernado. El nivel de compromiso con la educación para la ciencia y con la investigación científica y tecnológica de muchos Consejeros de Sanidad, de Educación, de Presidencia, de Economía, y de los propios Presidentes autonómicos que hemos tenido en los últimos diez años es tan bajo que el estado actual de la investigación científica en España es parecido al que teníamos en 1986, es decir, casi inexistente en comparación con la mayoría de las regiones de la Unión Europea. Menos del 10 por ciento de los profesores universitarios investigan pero siguen manteniendo su plaza de profesor e incluso llegan a ser catedráticos. La ineptitud política ha hecho posible que se mezclen la prohibición por investigar y la destrucción de la creatividad, una situación horrible para la presente y futura generación de talentos en España. Han parado maliciosamente el tiempo de la ciencia en España, distanciándose de sus obligaciones políticas en la financiación y fomento de la ciencia como forma de progreso de cada una de las regiones españolas para encontrar un lugar en el mundo según nuestras capacidades.

Existe una orquestada manipulación de la realidad (el poder del no saber) y la sociedad desconoce que en más de la mitad de los hospitales universitarios españoles no se fomenta la actividad investigadora como un pilar esencial para su funcionamiento de excelencia, carecen de un presupuesto anual conocido por todos y apropiado para financiar dignamente la formación en investigación de los profesionales en centros nacionales y extranjeros, no hay convocatorias anuales abiertas y competitivas para financiar proyectos de investigación, no se contratan especialistas investigadores, no se premian los logros científicos, no se financia la adquisición de infraestructura moderna para investigar, no se contratan jóvenes investigadores pre y post-doctorales, no se contratan suficientes técnicos de apoyo a la investigación, no se diseñan y ejecutan programas estratégicos de investigación, se eligen a politiquillos de tres al cuarto para liderar y coordinar la ciencia de las instituciones, dilapidan la gestión de los pocos fondos públicos y privados para la investigación creando Fundaciones Públicas saturadas de personas innecesarias sin la educación y formación profesional adecuada y elegidos de forma descarada por el político de turno. El estado de la ciencia médica en Canarias es penosa. Se ha hecho pública la relación de profesionales sanitarios de Canarias con proyección internacional de referencia: no llegan a una docena los investigadores principales que contribuyen a disminuir la ignorancia científica sobre las enfermedades en el mundo. Con dos universidades y cuatro hospitales universitarios que suspenden en ciencia, seguiremos enseñando ignorancia. Buen día y hasta luego.