La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Teatro 'Hedda Gabler'

Retrato nihilista truncado

Un año después de la primera interpretación de Hedda Gabler Lou Andreas-Salomé publicó el ensayo Figuras femeninas en Henrik Ibsen. En el capítulo dedicado a esta obra del dramaturgo noruego escribió acertadamente que su protagonista era la "imagen de una reivindicación ilimitada de libertad, unida a la debilidad que se deja esclavizar", "un lobo feroz condenado a la máxima docilidad".

La escritora rusa supo ver en Hedda un icono del nihilismo que invadía la sociedad decimonónica finisecular. Por eso está en las antípodas de los valores e ideales de la mujer, no sólo de esa época sino de cualquiera, no puede ser feliz como su madre o sus abuelas a través de su papel en una familia, y por lo tanto es un ser hastiado de aburrimiento, como ella misma confiesa, terriblemente cobarde y tan destructiva como autodestructiva.

En consecuencia, es bastante difícil interpretar a este personaje al ser uno de los más complejos de la historia del teatro, que no en vano constituye una de las primeras neuróticas plenamente desarrolladas de la literatura. Cayetana Guillén Cuervo la interpreta fielmente, pero para hacer honor a la verdad le falta algo para conseguir ponerse en la piel de una mujer tan destrozada que no logra la libertad con un portazo, como Nora en Casa de muñecas, sino con un disparo, la misma noble acción que pedía a Eilert Lovborg, mucho más convincente que ella gracias a la actuación de José Luis Alcobendas.

Thea Elvested es otro personaje tan complejo como la protagonista, algo Verónika Moral tampoco logra reflejar. Charo Amador y Ernesto Arias son más convincentes, y al maquiavélico y lascivo juez Brack, bien interpretado por Jacobo Dicenta, le falta un toque de perversidad que esta versión de Yolanda Pallín no consigue aportarle.

Una sociedad que educa a sus individuos no para ser libres sino útiles, tiene como ejemplo a esta mujer atada a un hombre y pronto a un niño, a pesar de que no querer a ninguno de los dos. El gran personaje femenino de Ibsen, injustamente eclipsado por Nora debido al éxito de Casa de muñecas, es oscuro y frío como la acertada escenografía que la rodea, por eso el telón estilo art déco y la proyección de un árbol en el telón de fondo, al que se retiran los personajes, son superfluos. Por el contrario la introducción del pianista Jorge Bedoya en el escenario aporta lirismo a esta obra que consigue emocionar al espectador pero sin dejarlo helado, y lamentablemente ese era el objetivo de Ibsen.

Compartir el artículo

stats