La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

El expediente Balmes, inagotable

Los prolegómenos de los 40 años de la muerte de Franco como personaje plagado de subterfugios pueden dar de sí experiencias suculentas, sobre todo cuando parece que el aniversario va a ser también el momento de la expurgación de determinados documentos que habían sido dados por desaparecidos y que ahora, mira por dónde, resurgen procedentes de estanterías de acuartelamientos que viven sus horas más bajas. Vamos a pensar (a foguear la ingenuidad) y a creer que nadie los ha sacado de los archivos de una fundación privada y los ha puesto en circulación para beneficio de la memoria histórica más placentera del dictador. Uno de estas hojas volanderas llegada del túnel del tiempo la protagoniza el general Balmes, que tras su singular muerte el 16 de julio de 1936 en el campo de tiro de La Isleta fue sometido a una autopsia, cuyo original desvelado estos días adoba la cuestión de que los muertos enterrados en el jardín no paran de moverse. El pliego de marras certifica que su óbito fue por accidente al disparársele sobre su estómago el arma reglamentaria, encasquillada para maldición del excelente tirador durante un ejercicio de prueba de pistolas nada frecuente en el día a día de todo un general. Impensable que de su pericia (aporto yo) se dedujese la negligencia de resolver con presión sobre el propio cuerpo la inoportunidad de tal avería mecánica.

El desgraciado hecho resultó providencial para que Franco, con residencia en Tenerife, obtuviese la ansiada autorización del Ministerio de Guerra de la II República para viajar a Gran Canaria, presidir el sepelio de Balmes, y conseguir alcanzar el avión Dragon Rapide para ponerse al frente de las tropas en Marruecos. El historiador Ángel Viñas sostiene que la extraña muerte de Balmes abre el melón del golpe de Estado, como hecho clave y conspiratorio que desencadena el alzamiento contra la República. En otras palabras, sin el tiro en el bajo vientre de Balmes la historia pudo haber ido por otros derroteros, y entre las hipótesis, claro está, cabe pensar en un asesinato que deja el terreno expedito.

La historiografía franquista siempre ha negado la mayor (pese al carácter heroico que el acto podría insuflar al acontecimiento golpista), e incluso se preocupó de forma exhaustiva en no dejar huella administrativa en el régimen naciente que llevase a una conclusión distinta. A la viuda de Balmes no se le concedió la pensión íntegra por el carácter accidental de la muerte de su marido (aunque Franco, desde la magnanimidad que se le atribuía con los fallecidos por la patria, estaba en condiciones de concederla), y la autopsia, ahora recuperada, tampoco iba a desmentir lo sostenido por los franquistas desde siempre: sería un absurdo creer que la misma dedicaría párrafos a una teoría discordante con lo mantenido por los jefes. Por tanto, la impresión ante los legajos ahora aireados en un libro por el historiador Moisés Domínguez es que sólo reafirman la versión oficial: como en toda conspiración (y el golpe de Estado de 1936 lo era) no hay nada escrito que desnude los hechos, ni tampoco existe indicio alguno que haga zozobrar la idea de que Franco no tuvo nada que ver en la muerte del gobernador Balmes. ¿Alguien esperaba una fuga de sospecha de los archivos militares? Inimaginable.

No es este el lugar idóneo para desbrozar la defensa que hace Ángel Viñas en consideración de una muerte estratégica de Balmes. Su libro La conspiración del general Franco es prolijo en datos, en la utilización de archivos militares y en el cotejo de testimonios de los que estuvieron junto al lecho de muerte de Balmes. El lector espera que la obra culmine con el descubrimiento del autor del supuesto asesinato: el historiador no lo puede hacer, carece como es obvio del documento que recoja el mandato criminal, exigencia, por otra parte, de poco seso dado el entramado golpista y su secretismo. Y en el mismo nivel habría que situar a los que espolean la autopsia dando entender que la misma fue un dechado de virtuosismo pese al vapor de violencia que caía sobre los cogotes de los forenses. Sólo han pasado 40 años y la mano jurídica es larga, por lo que el catedrático se reserva el nombre del que estaba al lado de Balmes la aciaga mañana del 16 de julio, aunque sí se atreve a poner el molde a disposición de los lectores: un militar que realizaba servicios especiales, que ocupó un puesto en una empresa estatal de la posguerra, que ocupó cargos políticos, que por una debilidad contable sufrió consejo de guerra y que finalmente fue rescatado por Franco para no pasar por tal ignominia. Hagan conjeturas.

La monumental biografía de Franco escrita por Paul Preston también habla, cómo no iba a ser de otra manera, del hecho capital de la muerte de Balmes para los planes de Franco. Y dice cosas muy curiosas, aparte, por supuesto, de la campaña que tras el suceso se desató para desmantelar cualquier insinuación de un asesinato, y que situaba al general de Las Palmas en coyunda absoluta con los golpistas. "Sin embargo, es extraño que Balmes nunca figurara en el subsecuente panteón de los héroes de la cruzada. Además, es extraordinario que a pesar de que Madrid negó el permiso a Franco para viajar a Gran Canaria con el fin de realizar una inspección, ni él ni su círculo de allegados dudaron nunca de que hallarían el modo de llegar a Las Palmas", explica Preston. Pero no es lo único: "Otras fuentes sugieren que Balmes era un oficial republicano leal y miembro de la Unión Militar Republicana Antifascista, que fue sometida a grandes presiones para que se uniera al alzamiento. De ser cierto, él, como muchos otros oficiales republicanos, estaba en peligro de muerte. Es virtualmente imposible decir ahora si su muerte fue accidental, suicidio o asesinato", subraya. Las dudas siguen ahí pese a la autopsia. El expediente sigue abierto.

Compartir el artículo

stats