El presidente del Cabildo de Tenerife, Carlos Alonso, se ha declarado "disponible" para presentarse en las listas al Congreso o al Senado para las elecciones generales de diciembre. En las listas de Coalición Canaria, por supuesto. En la fraseología acuñada por la hipocresía política "estar disponible" significa, más o menos, tener una determinada ambición cuya expresión pudiera ser demasiado precipitada o escasamente elegante. Alonso - siempre aludiendo a la imprescindible voluntad del partido - se lo guisa y se lo come él solo. Primero, advierte sabiamente que habría que saber si puede compatibilizar un escaño en las Cortes con la Presidencia del Cabildo, para acto seguido recordar que otros presidentes (Adán Martín, Ricardo Melchior, José Luis Perestelo, Casimiro Curbelo) lo han podido hacer sin mayores dificultades. Lo más irritantes de estos melindres, perfectamente calculados, es que Alonso ni siquiera llega a decir en ningún momento si le apetece o no, si considera positiva o negativa su hipotética candidatura para Coalición Canaria en unas elecciones particularmente complejas. Alonso, simplemente, está disponible. Como esos martillos que cuelgan protegidos por una vidriera y que debe utilizarse en caso de urgencia. El único problema es que resulta necesario un martillo para romper la vidriera y acceder al martillo.

Tanto los documentos estratégicos y programáticos como la praxis política de los últimos veinte años subrayan que la presencia de CC en las Cortes - y particularmente en el Congreso de los Diputados - ha sido el principal instrumento de los coalicioneros tanto normativa como sobre todo presupuestariamente. Un proyecto como CC insertó su legitimidad no tanto en su inserción en la sociedad civil como en el control de espacios de representación que le permitían plantear exigencias dinerarias a los gobiernos españoles. Esa palanca política - y fuente de legitimación como proyecto - está amortizada desde hace años: de los cuatro diputados obtenidos en 1996 CC se ha visto reducido a uno. El sorprendente acuerdo entre el PSC-PSOE y Nueva Canarias no tiene otro objeto, precisamente, que esa amortización sea definitiva, lo que demuestra la inaudita torpeza (una más) de José Miguel Pérez y el resto de supervivientes del comité ejecutivo regional de los socialistas: una alianza electoral con NC no les proporcionará ni un voto más a sus candidatos y enajenará cualquier apoyo coalicionero, por modesto que sea, a un Gobierno de Pedro Sánchez.

Obviamente los comicios del próximo diciembre presentan rasgos propios negativos para las fuerzas minoritarias, incluidos regionalismos y nacionalismos: polarización ideológica, atractivo y potencia de fuerzas emergentes, agotamiento de siglas históricas. Pero para CC deberían ser una señal de emergencia: si en los próximos tres o cuatro años no son capaces de reconstruirse y reorganizarse como partido - empezando a existir en Gran Canaria, por ejemplo - su propia continuidad como proyecto político estará muy comprometida. Menos disponibilidad personal y más estrategia política.