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Sol y sombra

El precio de la disidencia

El escritor Jonathan Franzen, del que ahora se publica en español Pureza, sostiene que la brevedad del discurso tuitero es uno de los grandes males de la civilización occidental. Para comprobar sus temores agigantados sólo es necesario echar un leve vistazo a la mayoría de chats que inunda las redes sociales. Cualquiera con dos dedos de frente tendría que preguntarse en cualquier instante cómo es posible transmitir tanta bazofia con tan pocas palabras, tamaña síntesis de pensamiento banal y descerebrado.

Naturalmente, Franzen, por opinar así, no es el ser más simpático entre los devotos de las nuevas formas de comunicación. Paga su disidencia con condenas diarias. Pero en las reflexiones de los protagonistas de su última novela se encuentra la explicación de por qué internet, a través de sus redes sociales, ha implantado una tiranía comparable a la de la RDA de la que resulta imposible sustraerse. Si eres un personaje público, o participas o corres el riesgo de que otros se ocupen de ti y no siempre de manera halagadora. La antigua Alemania comunista permitía estar dentro del sistema u oponerte a él, pero no mantenerse al margen. Se inmiscuía en tu vida de la mañana a la noche, pertenecía a ella. Igual que los personajes de Franzen no pueden escaparse de sus obsesiones, nadie podía hacerlo en aquella espiral de garrapatas.

Internet está matando el periodismo a fuerza de reclutar un voluntariado que suple el trabajo de periodistas mal pagados, sostiene el autor de Pureza. La democracia se verá dañada por el sucedáneo y es algo que parece no importar. Abunda una nueva clase sobrevenida, ágrafa, que cree, como denuncia uno de sus personajes, que el oficio ejercido a la vieja usanza es propio de dinosaurios. Los lectores digitales que no pagan por la información se conforman con cuatro titulares y algo de chafardeo.

Como Félix de Azúa habrá que dedicarse a preguntar en el quiosco por la venta del papel. A ver si recibimos por fin una buena noticia.

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