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Javier Durán

Desviaciones

Javier Durán

El artículo 155 y el pelo que no se mueve

Ver a los japoneses rendidos ante el circuito de viandas payesas que ofrece el mercado de La Boquería, con los escaparates de las casquerías repletos de las atrocidades de la anatomía (lenguas, sangre, criadillas, tripas...), sería para un servicio de inteligencia de cualquier consulado una señal de que existe esplendor bajo la tensión, y que el artículo 155 de suspensión de la autonomía es sólo una pesadilla de borrachos. Y qué decir de Las Ramblas asfixiadas de turistas, o de la recoleta Plaza del Rey, en el Barrio Gótico, donde hay lista de espera para coger mesa, en Les quinze nits sin ir más lejos (menú extraordinario a diez euros). O del atracón que sufre la taquilla de las guaguas que hacen el tour por esta capital hiperurbana que huele a mar. El cónsul, digamos que germano, escribiría que Mas, Artur, no ha creado aún una situación de clamor que ponga en duda la estabilidad de la nación.

Antes de entrar en la costilla del Premio Planeta, que es el motivo de arrancar por Cataluña, me gustaría (creo que viene magnífico) rebuscar en Josep Pla y su sagacidad campesina (aunque era muy viajado) para bucear en el seny, que para el resto de los humanos sería algo así como la expansión espiritual que reparte el catalán en el momento en que todos pugnan a su alrededor. "El seny es el criterio. Consiste, en definitiva, en partir la diferencia entre los dos extremos, lo que no es otra cosa que la técnica comercial. Yo creo que el seny está ligado con algo que a mí me molesta mucho, pero que, al parecer, es necesario: el regateo", le comentaba Pla a Joaquín Soler Serrano. Y en ello anda ahora Catalonia, y sin que el pelo se le mueva.

Por todo ello, y pese a que los lengüetazos de condena del imperio del libro se acumulan, sería impensable que Mas, recién salido de cita judicial por desobediencia, le haga un corte de mangas a los Lara y no aparezca en el Palacio de Congresos para celebrar una nueva edición del galardón. Planeta ha dicho por segunda vez que si hay independencia coge los bártulos y se marcha para Valladolid o Toledo, y Mas, autocontrolado, se pone el terno y asiste a la velada igual que Cristina Pedroche, la dueña de Tous, Judit Mascó, la ministra Pastor o José Coronado. En cierto sentido, este acontecimiento lleno de pequeñas hogueras de vanidades (Truman Capote o Tom Wolfe disfrutarían) viene a ser una especie de espejo de esa acepción que aplica Pla al seny, es decir, el criterio. ¿Para qué enfadarnos? ¿Para qué mortificarnos? ¿Para qué obstruir la sedosidad del carácter en favor de la tirantez? Nadie puede decir lo contrario: todo transcurre entre la serena liviandad de una pluma, diría el poeta.

Detrás del Planeta, vía AVE o puente aéreo, salpica en el fregadero el fustigador artículo 155, que podría ser (en coloquio) como una especie de estado de excepción, la cólera de una intervención con señores vestidos de negro que llegan al Palau para levantar alfombras, mirar los fondos de las botellas y, si hubiese motivo para ello, sacar alguna tanqueta a la calle por si brota algún movimiento secesionista de tinte violento. Casi nada. Leo rápido un consejo de los expertos constitucionalistas: "el arte estriba en saber no usarlo".

Pero vamos a las fiesta. Los canapés ruedan como neumáticos de bólidos en esta jarana llena de periodistas de provincias (como yo, para que no se diga); estrellas mediáticas que se miran igual que águilas; curvas de modelos; cargos autonómicos que pillaron una invitación a última hora; ejemplares que no paran de poner a parir el galardón con la boca chorreando de grasa; tipos necesitados de un minuto de gloria que realizan preguntas repelentes (de sabiondos) al joven Lara, atribulado por no tener a su lado a su padre,,, En definitiva, exceso de pavos majestuosos cuyo engalanamiento se crece bajo la hipótesis de que algún día no muy lejano todo acabe hecho cenizas. Todos somos humanos, y quizás sea la última vez en que el libro sea letra impresa, en que el escritor sea un escritor, en que la novela exista, en que la literatura no caiga fulminada en un sistema educativo que quiere sepultar a los filósofos en favor de un módulo de FP para banderilleros... Nos lo advierten un día sí y otro no. Por lo tanto, dejémoslos en sus parnasos personales.

Y en este punto del postre aparece lo verdaderamente exquisito y reconfortante: unos autores que llevan años en la cirugía de la creación, en dar forma a esa obra de arte que es un argumento que arrastra y devora los horas en el cometido de una lectura absorbente. Jamás podrá ningún robot apropiarse de esta facultad. Alicia Giménez Bartlett (ganadora con Hombres desnudos) y Daniel Sánchez Arévalo (finalista con Historia de Alice), con sus textos aún en el horno de la editorial, representan, al margen del mayor o menor éxito que obtengan, la idoneidad del sacrificio y de la voluntad a la hora de enfrentarse a una criatura literaria. Sus respectivas capacidades han logrado domeñar en el tiempo, poseídos por la euforia y por la depresión, unas tramas que se escapan como la cola de un pez mojado, o que se enquistan sin solución de continuidad. Ellos son los protagonistas.

Tras oír sobre qué han escrito diría que le tengo aprecio fílmico a Daniel Sánchez Arévalo, mitómano de Moby Dick (en su libro hay un capítulo que se llama así) y de las islas, y precisamente su obra va de una mujer que busca la razón de su existencia en una isla de los Estados Unidos que encierra lo secretos que se llevó su marido, recién fallecido. Viajar allí y descubrir el enigma es su obsesión. Por su parte, Alicia Giménez, habitual de la novela negra, decide ahora abandonar el registro y abordar las consecuencias de la crisis en las personas: su protagonista es un profesor que se queda en paro y que busca una salida en la prostitución masculina. Un tema muy instructivo para saber de la realidad.

En fin, Planeta, una mirada caleidoscópica y algunas copas...

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