La Provincia - Diario de Las Palmas

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Piedra lunar

Las calmas aparentes

No deja de ser frecuente en los escritores de raza el tránsito de géneros en su producción, más allá de que en su reconocimiento socio-literario prevalezca uno concreto. Tal es el caso de Federico J. Silva (1963), con una significada trayectoria poética en nuestro ámbito cultural. Este autor es referente de una generación, con diez poemarios publicados, cuatro premios e inclusión en tres antologías, además de una quincena de estudios críticos sobre su obra. Ahora acaba de publicar Las calmas aparentes (Baile del Sol, 2015), novela corta con la que se estrena en el género. Sin embargo, sorprende que este escritor, en el mismo momento de la presentación y sin esperar a la recepción de su lectura, manifieste que no volverá a escribir narrativa. Aunque es una decisión sin vuelta atrás (lamentamos que no contribuya a enriquecer la tradición literaria isleña), no queremos dejar pasar la oportunidad de mencionar esta obra dados sus valores intrínsecos en la construcción novelesca. Su significancia radica tanto en los aspectos formales como en el tratamiento del contenido: el adecuado uso de registros léxicos (coloquial, culto, estrato profesional de la prensa, la ironía?); el eficaz manejo de recursos narrativos (monólogo interior, descripciones, estilo indirecto libre); tensiones narrativas en el desarrollo textual; el desnudo confesional de los personajes. Todo ello contribuye a desvelar nuestra realidad social a partir de la atalaya que significa formar parte de la redacción de un periódico con toda la dialéctica intangible que pretende el análisis/denuncia del contexto social. Es un armazón novelesco construido en torno al sector de la prensa escrita, conformado en un triángulo con tres ejes de actantes como son la propia empresa periodística, el periodista como agente de redacción y el poder político / empresarial que bordea el ámbito del llamado cuarto poder. El análisis se aborda con bisturí confesional mientras evoluciona el relato, sin que el lector quede al margen del desarrollo narrativo, llenándolo de inquietudes y reflexiones sobre la propia realidad en la que se halla inmerso. Y aquí es donde pretende incidir el escritor ya que la obra es un venero de pensamiento constante sobre nuestro presente: la volubilidad de la pasión erótica; la adecuación del periodista a las circunstancias de la digitalización globalizada; reflexiones sobre la escritura; la crisis y la corrupción que arramblan con valores morales y que generan escepticismo/frustración de la utopía social. La obra está teñida de asequibles guiños culturalistas e intertextuales, sin que por ello caiga en el hermetismo.

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