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Papel vegetal

Siria: mentiras e hipocresía

Como en todas las guerras hay demasiadas mentiras y demasiada hipocresía en torno a la que estalló en Siria hace ya cuatro años, un conflicto terrible y sin visos de solución que dura ya más de lo que duró la Primera Guerra Mundial.

Hablamos de derrocar a un dictador sanguinario, y sin duda lo es el presidente sirio aunque ello no parecía importar demasiado a Estados Unidos cuando enviaba allí a los sospechosos de terrorismo para que les arrancasen confesiones a base de torturas, algo en lo que el régimen estaba especializado.

Bashar al-Asad es un dictador con el que Estados Unidos y Europa supieron arreglarse perfectamente como se las arreglaron con Sadam Husein o el libio Gadafi hasta que, por un motivo u otro, todos ellos cayeron en desgracia.

Y si de dictadores hablamos, no lejos de allí tenemos a otro, el egipcio Al Sisi, un golpista que ha reprimido duramente a su propio pueblo y con el que todos, Rusia incluida, vuelven a hacer ahora negocios.

Hablamos por otro lado de derechos humanos y de devolver a Siria a la democracia, y sin embargo, no vemos contradicción alguna en que los grupos rebeldes sirios a los que apoyamos reciban ayuda precisamente de Qatar y de Arabia Saudí, al parecer dos países modélicos en materia de derechos humanos.

Denunciamos a la Rusia de Putin por aliarse con Irán y Siria y tratar sobre todo de no perder su base naval de Tartús, la única en las aguas calientes del Mediterráneo, y, con una mentalidad todavía de Guerra Fría, nos parece, sin embargo, lo más normal del mundo que Estados Unidos tenga bases militares en todos los continentes, incluidas varias en Oriente Próximo, como la de Qatar.

Llevamos ya cuatro años de guerra en Siria y al parecer no comenzamos a preocuparnos realmente por lo que allí ocurría hasta que los refugiados de ese país árabe comenzaron a llegar por millares a las fronteras europeas y a alimentar de paso tensiones internas y la xenofobia en muchos de nuestros países.

No quisimos ver a tiempo cómo el conflicto sirio estaba relacionado con la destrucción de Irak, cómo iba a desestabilizar aún más al país vecino y facilitar la implantación en ambos de los fanáticos yihadistas del Estado Islámico, y no hicimos nada por evitar el desastre que se avecinaba.

Vendimos armas a unos y otros sin preocuparnos de que lo hacíamos en una región conocida por sus innumerables conflictos sectarios: étnicos, religiosos y, sobrevolando todos ellos, la vieja lucha por la supremacía regional entre el Irán chií y la Arabia Saudí, sunita.

Y está también, para complicarlo todo aun más, el dichoso tema de los hidrocarburos y concretamente la construcción de un gasoducto desde Irán hasta Siria a través de Irak para servir a Europa, pero que entraría en conflicto con los intereses de Qatar y Arabia Saudí.

No hay pues sólo buenos y malos sino demasiados intere- ses cruzados en esta guerra sin sentido, que ha destruido una sociedad que era, pese a la innegable crueldad del régimen, una de las más avanzadas de Oriente Próximo.

Hay sin embargo, repetimos, demasiada hipocresía y pocas ganas de poner fin a un conflicto mediante lo único que podría funcionar: la diplomacia y el diálogo, sin exclusión de nadie: ni Irán, ni Rusia ni el propio dictador.

Pero, con tantos intereses en juego, ¿hay alguien al que realmente eso le importe?

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